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24 ago 2011

Capítulo Ventitrés.

El avión aterrizó a su hora. Llegaron al hotel a la vez que Sabrina, a la que Tom saludó con alegría. Tenían la habitación 688, en el sexto piso. Era muy lujosa, tenía dos camas medianas en una habitación, con dos enormes armarios. Dos cuartos de baño, uno de ellos con spa y un salón enorme, con un sofá cama y un chaise longue y con una gran televisión.
El guión le llegó por e-mail a Lucía, por el ordenador que tenían en la habitación, en el que pasaban horas, leyendo el guión y repasándolo juntos.
Y qué más decir… a partir de aquel día todo fue prácticamente perfecto. Los rodajes, la convivencia, el lugar… Al final alquilaron una casa en Roma. Conocieron, por supuesto, a Lucía Ramos. Vivieron risas y alegrías y Lucía declaró a Tom su guardaespaldas. La película se estrenó siete meses después, fue un gran éxito.
Y las dos Lucías salían juntas de compras, mientras Tom asistía al desfile de Model Xpress con cierta nostalgia… con el efecto del espejo del recuerdo. Pero todo se iba superando poco a poco. Los tres salían de cena, y se conocían un poco más. Lucía Ramos, admirada por ambos contaba la primera vez que actuó para la televisión, sus nervios, y como fue todo. Y todo iba perfectamente, alegrías, risas, encuentros, cenas, bailes, rodajes… y todo ello, finalmente, sin el efecto del espejo del recuerdo.

Capítulo Veintidos.

Era la una menos veinte cuando la madre de Lucía arrancó el coche. Lucía y Tom iban sentados detrás, ella en la derecha y él, en la izquierda. No hablaban, tarareaban las canciones de vez en cuando, o cerraban los ojos para no marearse. Pero querían reservar las palabras para después. En menos de media hora llegaron al aeropuerto.
A Tom le pareció un espacio gigante, y le entró cierto pánico al ver el funcionamiento de los aviones. Sandra facturó los billetes y ayudó a Lucía a poner la etiqueta de equipaje manual en su mochila. Llevaba aperitivos para el viaje y la comida, y dinero, por si se perdían las maletas y tenían que estar un día sin poder estar en el hotel.
Después Sandra se despidió de Lucía y también de Tom.
-Pasadlo bien.
Se fue algo intranquila, pero en el fondo convencida de que todo iría bien. Tom y Lucía charlaban sentados en un banco. Su avión embarcaba en la pista 13, ellos estaban ahí, aunque aún faltaba una hora. Lucía tranquilizaba a Tom:
-Tranquilo, hombre, tampoco es para tanto… Tú te sientas y te pones el cinturón, y cuando despega sientes un cosquilleo en la tripa, pero no es nada… es como en un parque de atracciones, ¿has estado alguna vez en uno?
-No…
-Bueno, da igual, es la misma sensación, tu cuerpo no está acostumbrado a eso y actúa así, pero vamos que no es nada. El resto del viaje se te pasa volando.
Lucía río como una loca.
-¡¡¡Se te pasa volando!!! ¡Qué risa!
A Tom también le hizo algo de gracia. Y siguieron hablando, de lo que sería el rodaje, de cuándo le darían el guión a Lucía, del dinero que se gastarían sus padres en las llamadas… Lucía tan alegre, y Tom tan preocupado. En la vida de Tom había habido demasiadas muertes. Si Lucía no hubiese aparecido en su vida… Probablemente Tom estaría traumatizado. O se habría vuelto “emo”. Tom rió al recordar a Alex y a Álvaro. Álvaro, siempre haciéndose el duro. Alex, tan majo a veces, pero tan influenciable… quizá demasiado.
Poco antes de la hora del vuelo, decidieron comer. Marc había preparado dos bocadillos de tortilla francesa con jamón. Estaban deliciosos, y Lucía y Tom los devoraron en cinco minutos.
-¿Los ha hecho tu madre?
-No, mi padre. Es el mejor cocinero de tortillas del mundo.
Tom sonrió.
-Ya lo creo.
Y a los quince minutos de haber comido, el avión aterrizó en la pista. Tom tenía los billetes en la mano cuando llegó el mensaje por los megáfonos:
-“Embarquen en la pista trece los pasajeros del vuelo 1998L con destino a Roma, repito, embarquen en la pista trece…”
Lucía sonrió.
-Este es el nuestro, vamos.
Se levantaron, Lucía llevaba la mochila y Tom los dos billetes en la mano. Ya estaban facturados así que lo único que tenían que hacer era buscar sus asientos. Tenían el 12 al lado de la ventana, y el 13. Tom se sentó al lado de la ventana y Lucía, con el equipaje manual entre las piernas, en el 13. En el 14, al lado de Lucía, había una chica joven. Era Sabrina, la sustituta de Tom que Álvaro quiso matar. Pero Tom no se dio cuenta.
Tom estuvo incómodo aquellos 10 minutos que estuvieron esperando hasta que el avión despegase. Lucía no conseguía tranquilizarlo, y Tom estaba muy nervioso. Entonces una azafata se acercó a ellos:
-Hola, buen viaje, ¿desean chicle para que vuestros oídos no se taponen durante el despegue?
Sabrina y Lucía asintieron, y Lucía pidió dos, el otro para Tom.
-Tom, toma este chicle. Es de fresa, para pasar menos apuro durante el despegue.
-Gracias.
Entonces, justo antes de realizarse el despegue, el comandante del avión habló:
-Buenas tardes, señoras y señores, está a punto de despegar el vuelo a Roma. Les informamos de que tienen nuestras azafatas a vuestra disposición, y que deberán llevar el cinturón durante el despegue, y en otros casos que ya les avisaremos. No llueve ni hace mucho viento, por lo que se calcula que llegaremos sobre las cinco y media de la tarde. En Roma hay un tiempo estable, sin precipitaciones y con temperaturas alrededor de los veinte grados. Gracias por confiar en vuelos Airpeople y buen viaje.
Y después repitieron lo mismo en inglés e italiano. Y el motor del avión sonó. Tom se asustó un poco, pero Lucía le dio la mano, y Tom la apretó para no tener miedo. Entonces el avión se empezó a mover.
-Ahora está cogiendo carrerilla.- explicó Daniela-
Tom soltó la mano.
-Voy a comprobar si tengo bien el cinturón.
-Claro que lo tienes bien, anda.
Sonrieron y se concentraron en el despegue. El avión seguía cogiendo carrerilla. De repente se elevó un poco. Tom sentía aquella sensación extraña. El avión ya estaba en el aire. Se recogieron las ruedas, y el avión siguió subiendo. Elevándose hacia el cielo. Subía y subía, y Tom poco a poco se iba relajando. Lucía le sonrió.
-¿Ves como no es nada?
-Sí.- Tom rió.
-Mira, han puesto una peli.- Lucía señaló una pequeña pantalla enfrente de ella.
-¡No se oye!
-Es que tienes que tener auriculares y engancharlos al enchufe que tienes en el posa brazos. Y luego puedes cambiar el volumen.
Lucía sacó de su mochila unos auriculares rojos y otros verdes, y entregó los verdes a Tom.
-¡Gracias!
Tom los enchufó y se los puso en los oídos. Reguló el volumen, y prestó atención a la película. Trataba de un hombre pobre, que se encontraba con una mujer rica. La mujer tenía un niño muy pequeño, al que tenía que proteger de la prensa rosa, porque nadie sabía que lo tenía. Entonces el hombre le propuso a la mujer que cuidaría a su bebé en el trastero de su mansión mientras le diese de comer. La mujer aceptó, y subió a su trastero la cuna, y día a día les subía la cena, la comida y el desayuno. El hombre cuidaba genial al niño, pero el pequeño cogió una enfermedad muy fuerte, por culpa de la comida de la madre, que contenía proteínas que el niño no toleraba, aunque ella no lo sabía. En el médico les dijo que era muy grave, podía morir si no le operaban, pero, como era muy pequeño, podría morir durante la operación. La mujer prometió que si salvaban al niño, donaría millones de euros al hospital.
Y la operación fue bien. Retiraron una gran capa de aquellas proteínas, y el corazón del niño latía. Pero al despertarlo, se dieron cuenta de que había perdido el sentido del gusto, porque habían tocado zonas muy débiles del estómago y la lengua, y lo había perdido. Entonces la mujer se negó a donar aquel dinero, y un médico la mató intencionadamente. Después, como nadie sabía que tenía el niño, ni figuraba en su herencia, sacrificaron al pequeño. El hombre no pudo evitarlo, por mucho que lo quisiera salvar. Y finalmente el pobre hombre se quedó solo.
Tom empezó a llorar cuando la mujer de la película murió. Recordó a Daniela. Vale, sí, casi lo había superado, pero la película fue un golpe muy fuerte. Lucía quiso que Tom se relajase.
-Tranquilo, Tom…
-Es que no entiendo por qué me pasa… todo me recuerda a ella…
-Yo sí sé lo que te pasa. Yo lo llamo el espejo del recuerdo. Todo te recuerda a cuando estuviste con ella. Todos los recuerdos con ella, rebotan en el espejo, y se reflejan en la realidad. Tus recuerdos han rebotado en el espejo cuando has visto la película. En realidad esos recuerdos son buenos, pero al rebotar en el espejo te perjudican.
Tom paró de llorar y miró fijamente a Lucía.
-Cuánta razón tienes…
Se abrazaron, y Tom volvió a sentirse feliz.

Capítulo Veintiuno.

Tanto a Tom como a Lucía se les hizo fácil madrugar. Ambos se despertaron a horas parecidas. Tom no tenía nada de comer en casa, así que decidió utilizar sus veinte euros para desayunar fuera. Pensó comer en el avión o en el aeropuerto. Entró a la cocina para asegurarse de que no había nada de comida. En efecto, no había nada, sólo unos vasos, un tenedor y dos rollos de cocina. Tom se fijó en la mesa. Había otra cosa con una nota. Hacía tiempo que Tom no entraba en la cocina así que la nota podría ser de otro día. La cogió y la leyó en alto:
-Esta es la tarjeta en la que se almacena el dinero que ganas trabajando. Tenías poco dinero, así que te metí doscientos cincuenta euros. Utilízalos bien, y recuerda la clave: 3843.
Tom se sorprendió. Estaba encantado con el abuelo de Daniela, era verdaderamente un buen hombre. Tom no recordaba su nombre. Se dirigió hacia el salón y se metió el billete de 20 euros en el bolsillo. Después guardó la tarjeta en el fondo de la mochila para que estuviese bien protegida, y se subió la mochila a la espalda.
Salió de casa. Probablemente aquella fuese la última vez que la viese. Se quedó mirándola. Y por un segundo deseó que Daniela estuviese en su cuarto, para que el subiera y la viera otra vez. Y quiso subir a ver por última vez la vacía habitación de Dani… pero no era la mejor decisión si quería olvidarla. Así que cerró la puerta, con llave, y se dirigió hacia un bar que se encontró cerca de la casa de Lucía.
Se llamaba Fisqui’s Bar. A Tom le pareció un nombre divertido y cutre a la vez. Había un cartel en el que decía “servicio de terraza” así que Tom se acomodó en una silla verde pistacho, en una mesa de hierro con dibujos que provocaban ilusiones ópticas. Al poco tiempo una camarera joven y muy alta, la cual a Tom le parecía experta, no supo la razón, se acercó a él y le entregó el menú. Mejor dicho, era el menú de las mañanas. Había una gran variedad de tostadas. Con miel, con aceite, con jamón serrano, con tomate triturado… y todas por un precio muy económico. Después había leches solas y cafés, y también zumos naturales. Tom se decidió, y la camarera volvió:
-¿Ya sabe qué va a pedir?- tenía un cuadernillo en el que anotar todo.
-Sí, claro. Quiero una tostada con aceite y jamón serrano y un zumo natural de mandarina y naranja, por favor.
-Muy bien, en un momentito se lo traigo.
-Gracias.
La camarera volvió a llevar el menú, junto a su cuadernillo con varios garabatos y con el número tres, el cual correspondía a su mesa.
Tom, mientras esperaba, empezó a mirar el paisaje. Hacía un bonito día, respecto a las fechas que eran. Era bastante soleado, y, para ser las nueve, caluroso. Las demás mesas de la terraza estaban vacías. Pero en el interior había mucha gente. Gente alta, baja, hombres, mujeres, ningún niño, y la mayoría de ellos desayunaban con prisas, tenían el coche aparcado fuera y apuraban para llegar puntuales al trabajo. Hacia el otro lado, había una larga calle. Muchos bares, un par de tiendas, bastantes casas con las persianas bajadas, y pocas con las persianas recogidas o con ventanas abiertas.
Pasaba poca gente, y la que pasaba lo hacía en coche, en velocidades quizá demasiado exageradas, solo por llegar bien al trabajo. Tom sonrió. No tenía por qué hacerlo, pero sonrió. ¿Por qué no sonreír cuando se puede? Entre estas reflexiones, llegó el camarero. Sí, esta vez era un camarero, algo más mayor, y muy hábil. Le entregó la tostada caliente, en un plato blanco, perfectamente colocada y con un jamón en perfectas condiciones. El zumo se lo entregó en un vaso de cristal en forma de tubo, con una pajita transparente.
-Gracias, cóbreme ahora.
-Son tres euros y medio, por favor.
Tom se sacó el billete de 20 euros del bolsillo y se lo entregó al camarero. Él le entregó un cambio perfecto y se fue. Tom devoró la tostada, pero en cambio el zumo lo bebía lentamente, para disfrutar tranquilamente de su dulce jugo. Cuando terminó, se fue dejando el plato y el vaso completamente vacíos en la mesa. Decidió dar un paseo por los alrededores porque aún era pronto para ir a casa de Lucía.
Gente corriendo o andando deprisa. Todos mayores de veinte años y menores de sesenta. Arriba, abajo, con sus maletas de cuero o con sus mochilas gigantes e infladas. Sin niños y sin acompañantes, gente que se cruzaba con conocidos, sin tener siquiera tiempo a saludarlos. A lo lejos un parque. Vacío. No, completamente vacío no. Dos chicos vestidos de negro. Tom se quiso acercar. A veinte metros de ellos uno le pareció conocido. Se acercó más.
-Alex… ¿eres tú?
-Sí Tom, así es.
Era Alex… vestido de negro, con una camiseta negra de calaveras, muy pegada de modo que se le notaba su extrema delgadez . Llevaba una chaqueta de cuero negra, que le iba algo pequeña, desatada. Después, encima de la chaqueta se veía el enorme collar que tenía atado al cuello. En letras enormes, estaba escrito “DIE”, muerte en inglés. Después llevaba pañuelo que le cubría toda la cabeza, en el que estaba escrito “HATE THE LIFE”, odia la vida, también en inglés. Del pañuelo asomaba un poco de flequillo, que le tapaba el ojo derecho. También llevaba unos pantalones pitillos largos, negros, sin bolsillos y muy apretados. Calzaba unas zapatillas tres tallas más grandes que las suyas, prácticamente destrozadas, pasadas de moda, sucias y todo lo imaginable. Por último se había tatuado la palabra “SUICIDIO” en la muñeca. A Tom todo esto le daba mala espina.
-¿Qué te has hecho, Alex?
El compañero de Alex intervino:
-¿Y tú qué crees?
Tom abrió los ojos como platos. El compañero de Tom era Álvaro… aquel compañero de clase que quiso matar a Sabrina, aquel compañero al que le robó la navaja.
-¿Eres Álvaro, verdad?
Álvaro se puso histérico.
-¡¡¡Me llamo “Alvo el valiente”!!! ¿¡Entendido!?
-Claro, claro…
-¿Qué venías, a insultarnos?- intervino Alex.
-Eso, ¿a insultarnos por ser “emo”?
Tom se dio cuenta de que “emo” era aquella moda absurda de odiar la vida y vestir de negro con un ojo tapado, como iban ellos.
-No… - respondió Tom.
Álvaro volvió a enfadarse.
-¿¡Entonces has venido a insultarnos porque somos novios!?
Tom recordó el día en el que Alex le confesó su homosexualidad. Aquel día se sorprendió. Pero que fuera pareja de Álvaro… era más que el colmo. Entonces Tom echó a correr, recorriendo el camino por el que había venido, deshaciendo el camino, pisando sus propios pasos. Se dio cuenta de que Álvaro le seguía. Aunque por muy fuerte que fuera, muy rápido no era. Tampoco estaba muy en forma. Teniendo en cuenta que amenazaba a la gente para que le diera su comida en el orfanato, y que comía el triple… era normal que estuviese así.
Al poco rato, Álvaro perdió la pista de Tom y volvió hacia Alex. Tom hizo otra parada en un bar, esta vez dentro y pidió un batido de vainilla, que le supo genial. Después, al salir del bar, era ya las once y media. Como no tenía nada que hacer hasta la una… decidió ir a casa de Lucía. Aunque estuviera viendo la tele, cosa que podía hacer en su propia casa, prefería hacerlo en casa de la familia Ramos, para no estar siempre solo.
Tocó la puerta y Sandra le recibió:
-¡Hombre Tom! No te esperábamos tan pronto.
-Lo sé, es que no tenía nada que hacer, y prefería estar aquí antes que solo en mi casa. Al final he decidido que comeré en el aeropuerto o en el avión.
-Pasa. – Tom entró y cerró la puerta- Os he preparado dos bocadillos para que comáis en el aeropuerto. Los llevará Lucía-
-Vale- Tom se dirigió hacia Lucía.- Hola ¿qué tal?
-Bien, estaba viendo un concurso de preguntas.
Tom sonrió. Y se quedaron viendo la tele, intentando adivinar las preguntas, prácticamente imposibles.

Capítulo Veinte.

Tom salió por la puerta. Eran las cinco. Llegó a casa, y en la mesa había un cable. Al lado una nota: “Este es el cargador del móvil, que se me olvidó dártelo. Pásate algún día a visitarme, majo. Adiós.”
Tom sonrió y guardó el cargador en la mochila. Después tiró la nota a la basura, y se sentó en el sofá. Mientras los padres de Lucía hablaban:
-Sandra, no sé si es buena idea…
-Marc, ¡por favor! Es una oportunidad vital para tu hija, ¡apóyala! Tenemos el viaje y la estancia gratis, va a rodar una película con famosos, y además, el chico es majillo.
-Ay, no lo sé…
Sandra buscó la mirada de su marido.
-¿Tú quieres a tu hija?
-¡Claro!
-Entonces supongo que deberías apoyarla. Igual se da cuenta de que el mundo del cine no es lo suyo. Pero para darse cuenta tendrá que aprovechar esta oportunidad. Y es que además se la ve tan convencida… Yo no tuve esa suerte en mi infancia, pero si la hubiera tenido, no me hubiese gustado que mi padre me lo hubiera estropeado.
Marc se lo pensó por un momento.
-Bueno, vale…
Sandra sonrió y beso a Marc.
Lucía terminó la maleta en menos de media hora. Después recordó, que bajando por la cuesta hacia clase Tom le dijo que tenía el móvil de Daniela. Entonces miró en las llamadas y localizó el número. Aún no lo había guardado, entonces lo guardó, y decidió llamarlo.
Tom estaba muy concentrado jugando a un juego del móvil. Ya había borrado todas las llamadas y los contactos de Daniela. No encontró la nota con el número de Lucía, así que no lo tenía. Entonces recibió una llamada. La cogió y preguntó.
-¿Sí?
-Hola Tom.
Qué voz tan alegre. A Tom le encantaba oí la voz de Lucía. Era tan dulce… transmitía alegría con una simple palabra.
-Hola Lucía, ¿ya has hecho las maletas?
-¡Sí! ¡Qué ganas tengo!
-Yo también.
-¡Vamos a conocer a Lucía Ramos!
Tom rió.
-¡Pero si yo ya la conozco!
-Eh, ¡digo la famosa!
-Lo sé, ¡era una broma!
-¡Ah!
Lucía rió.
-¿Para qué me has llamado?
-Pues, para hablar…
-¿Te lo has pensado bien? ¿No prefieres quedarte?
-¡No hagas que me arrepienta tonto!
-¿Te arrepentirías?
-Pues la verdad, creo que no…
Ambos rieron.
-¿Has llamado para avisar a la escuela de que no vas?
-Claro, y también he dicho que tú tampoco.
-¿Has llamado tú?
-No, ha llamado mi padre-
Y hablaron un rato más hasta que Lucía le dijo a Tom que tenía que hablar con otra persona, y se despidieron.
Lucía finalizó la llamada de Tom y marcó el número de Andrea.
-¿Sí?
-Andrea, ¡me voy con Tom a Roma a grabar la peli!
-¡¡¡Genial!!! ¿Pero con qué Tom?
-Con el de prácticas.
-¡¿Qué?!
-Bueno, nos llevábamos bien, y como su novia ha muerto y él tenía los billetes… Su novia era esa guapa del Model Xpress…
-¿Daniela?
-Sí, esa.
-Pues qué suerte…
-Te echaré de menos.
-Y yo.
-Te llamaré muchas veces.
-Lucía, es carísimo.
-Ah, ¿sí? ¿Por?
-Te vas a Italia, a otro país, es más caro…
-Ah, ¡vale!
Y hablaron un poco más, y después se despidieron.
Tom de mientras veía la televisión. No tenía nada más que hacer hasta poco antes de las nueve, cuando partiese hacia casa de la familia Ramos. Entonces sintió un picor en el muslo. Se rascó con las yemas de los dedos, pero aun así le picaba. Metió su mano en el bolsillo para rascarse mejor. En ese momento… los recuerdos le volvieron a rebotar. Había algo en su bolsillo… Era la foto que le entregó Daniela, aquel día que se hacía fotos con la cámara. Su cara bonita, su sonrisa a veces pícara, sus ojos preciosos y su pelo siempre tan suave…
Otra lágrima más que caía sobre su mejilla. Dos más. Tres más. Doce más. Sin cesar. Tom creía que al final se quedaría sin agua en el cuerpo. Pero no podía parar. Entonces su mirada se desvió hacia la tele. Un anuncio, que anunciaba nuevos capítulos de una serie. Y una chica morena y de ojos verdes. ¿De qué le sonaba? Lo recordó. Ella era Lucía Ramos. Rió, probablemente sin ganas… pero rió.
Eran las nueve menos veinte cuando Tom decidió salir de casa. Ya iba superando lo de Daniela, según él. Pero al fin y al cabo la seguía recordando con cada cosa. Cerrar la puerta de casa. Ver la moto. Caminar por dónde ellos lo hicieron juntos. Todo le recordaba a ella.
Llegó a la casa de la familia de Lucía poco antes de la hora, pero le recibieron ya con la mesa puesta. Los padres iban vestidos algo más elegantes, pero Lucía iba en vaqueros y con una camiseta blanca y rosa a rayas.
-Hola, Tom- saludó la madre- ¿Qué tal llevas todo?
-Bien, gracias por preguntar- sonrió.
La madre señaló el camino y la silla en la que debía sentarse.
-Mmm… ¡qué bien huele!- exclamó.
Marc y Sandra sonrieron. Lucía miraba la expresión de su padre, para ver si sonreía de verdad. La madre empezó la conversación.
-Bueno, hemos pensado que os llevaré yo hasta el aeropuerto. Tom, acércate sobre la una. ¿Comerás antes de irte, no?
-Sí, supongo. Madrugaré para hacer hambre.
Lucía sonrió.
-Yo también, mamá despiértame pronto.
-Vale. Os llevaré, pero como tengo que trabajar esperaréis allí al avión. Os ayudaré a entregar los billetes y a que os guarden las maletas, después ya esperaréis a embarcar en vuestro avión.
-¡Vale!
Lucía estaba emocionada, y a Tom le alegraba verla así. La cena duró bastante, casi hasta las once. Charlaban, decidían, pensaban y soñaban con las cosas que harían allí. Lucía quería montar en barco. Tom quería ver la famosa Torre Pisa. Tom quería descubrir todo lo que aún no había descubierto. Sí, Daniela le enseñó muchas cosas… pero ella le enseñó lo básico. Ir de tiendas, trabajar, salir de fiesta, montar en moto… pero con Lucía aprendería todo lo contrario. Aprendería lo que no se aprende con explicaciones, lo que se aprende viviéndolo. Aprendería a viajar, a volar lejos, a aterrizar con algo de miedo, a descubrir nuevos lugares, a adaptarse a nuevas situaciones. Aprendería demasiadas cosas que probablemente no entrarían en una lista, pero serían posibles de hacer.
Poco antes de las once, cuando la cena acabó, Tom y Lucía subieron a la habitación de ella.
-Tom ¿llevas mucha ropa? Es que yo no sé si llevo la suficiente…
-En el hotel hay lavandería, así que no hace falta que lleves muchísima…
-¿Tú más o menos cuánta ropa llevas?
-Em… unos seis pantalones y seis camisetas.
-Vale, pues entonces no quitaré nada de mi maleta. Después llevo el móvil y los auriculares. A parte llevo un cuaderno y un bolígrafo. Dice mi madre que perderé mucho tiempo de clase, pero si todo sale bien y con esta película puedo seguir adelante… No me hará falta ir a clase.
-De todos modos en tus días libres después del rodaje podrás ir.
-Supongo…
Tom sonrió.
-Y si todo esto sigue adelante… ¿tú qué harías?
-Hacer es una cosa… y querer hacer, otra. Pero supongo que volvería a Madrid.
Lucía pareció decepcionarse.
-Ah…
-¿Qué haría sino? ¿Acompañarte y protegerte?
Entonces Lucía pareció iluminarse.
-¡Eso es! ¡Tú podrías ser mi guardaespaldas, y yo te pagaría…!
Tom sonrió, pensando que Lucía era demasiado precipitada.
-Ya veremos…
En ese momento la madre de Lucía tocó la puerta.
-Lucía creo que es la hora de que te vayas a la cama.
-Vale- dijo Tom- pues yo ya me voy entonces.
Lucía sonrió.
-¡Adiós!
-Hasta mañana.
Tom salió de la habitación de Lucía y Sandra le recordó:
-Mañana aquí a la una.
-Claro, adiós.
Sandra entró en la habitación de Lucía, y cuando Tom se dirigía hacia la puerta, se cruzó con Marc:
-Hasta mañana, señor.
-Hasta mañana Tom.
Y Tom volvió a su casa. Decidió dormir en el sofá- cama mientras veía algo en la tele. Esas sábanas del sofá, que ellos no cambiaron tras dormir allí… Qué malos recuerdos. Pero Tom ya lo iba superando. Por supuesto que lo iba superando. Sonrió para sí, y al poco rato se durmió.

Capítulo Diecinueve.

Viernes, cuatro días después de la muerte de Daniela. El abuelo vendía la casa. Tom y él metían en cajas todas las pertenencias de Daniela. Se las llevarían a su tumba, porque ninguno de los dos las quería tirar. Tom metió toda su ropa en la mochila, y tiró las ropas del orfanato para hacer espacio. Tom tenía la mudanza hecha. Tenía dos billetes a Roma en la mano, con estancia y todo. Por la muerte, la agencia Model Xpress no les quitó los billetes, se los dejaron. El abuelo se iba a una residencia, y no quería viajar. Tom tenía que buscarse a alguien que quisiese ir con él al día siguiente a Roma.
Entonces se acordó de Lucía. Tras la muerte de Daniela no fue a clase. Y no recordó a Lucía. Pero en ese momento estaba dándose cuenta de que a Lucía tampoco le irían muy bien las cosas. Estaba seguro de que sus padres no la habrían dejado ir al rodaje a Roma. Roma… se miró las manos. Los billetes. Los billetes a Roma… ¡Ya tenía acompañante!
-Señor…- dijo Tom- Tengo que irme un momento, vuelvo para comer.
-Vale Tom, pero espera un momento.
-Dime.
-Toma, quiero que te lo quedes, supongo que sabes cómo va. Recarga el saldo cuando se te termine, borra los contactos y las fotos si no la quieres recordar, pero quédatelo.
El abuelo le dio el móvil de Daniela a Tom.
-Vale, gracias.
Y Tom dejó la casa atrás. Se dirigió corriendo hacia la clase. Seguramente todavía estarían en la clase adicional de química. Tom llegó, corrió por los pasillos y llegó hasta la puerta. La abrió y corrió hasta Lucía:
-¡Lucía, ven conmigo a Italia!- Tom le enseño los billetes.
Lucía se levantó de la mesa, con los ojos como platos, mirando a Tom sin pestañear. Eddie y Mario se miraron, y el profesor sonrió, porque ya se lo habían contado. Lucía corrió hacia Tom, que todavía jadeaba y lo abrazó.
-¡Gracias, gracias, gracias!
Y decidieron que a las cuarto Tom subiría a buscar a Lucía, e irían juntos a su casa a explicarles todo a sus padres. Lucía estaba más feliz que nunca, y Tom intentaba estarlo, pero de todos modos era imposible, porque las desgracias no se olvidan.
Tom regresó a casa, con los billetes y el móvil de Daniela en el bolsillo. A las cuatro subiría a por ella y al día siguiente se iría con ella a Roma, en avión, donde él nunca había estado, y después iría a un hotel, y disfrutaría del rodaje, y también conocería a Lucía Ramos.
A las tres el abuelo ya se había mudado a la residencia, aunque podría volver en el caso de que se hubiese dejado algo, aunque ya se había despedido de Tom. Había dejado la venta de la casa a cargo de Tom. Él estaba sentado en el sofá de la casa a las tres en punto, con su mochila enfrente de él y con la televisión puesta. La casa estaba vacía, sin contar los muebles. Tom no quiso recordar. No quiso pero lo hizo.
La noche en la que cenaron hamburguesa en el sofá cama viendo… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Tres Metros Sobre El Cielo. El final de la película le recordaba a su vida. Él, destrozado por ella. Así de simple. Pero por muy simple que parezca… así de doloroso.
Se puso a ver un documental sobre las cajas de cartón. Qué aburrimiento. Puso unos dibujos animados que al menos no eran tan aburridos como el documental. A las cuatro menos cuarto salió de casa, apagó a tele, la luz del salón, y cerró la puerta por fuera con llave, y después se la guardó en el bolsillo. Entonces se giró… y la vio. La moto de Daniela. Donde juntos habían ido a mil sitios, de compras, al videoclub, o a la misma prueba de modelos. Y una lágrima resbaló por su mejilla. Y se fue corriendo, huyendo del pasado como un cobarde asustado, huyendo de alguien que le hizo feliz, que rehízo su vida… pero para después, sin darse cuenta, volverla a deshacer.
Cuando llegó al Zurbarán, Lucía ya le esperaba fuera, con una de sus sonrisas. Lucía lo había entendido todo, y quiso preguntárselo a Tom.
-Hola, Tom. Una cosa… ¿el billete y la estancia son los de la prueba del lunes, verdad?
-Sí…
Empezaron a bajar hacia la casa de Lucía.
-Tu novia hizo la prueba, y pasó, ¿no es así?
-Sí…
-¿Y por qué vas a llevarme contigo?
-Daniela… ha muerto. La agencia de Model Xpress nos los ha regalado.
Lucía sintió una sensación muy extraña. Por una pequeña y muy diminuta parte se alegraba. Peor por otro lado, ver a Tom tan destrozado… lo cambiaba todo. Parecía que Tom iba a empezar a llorar.
-No llores…
Lucía quiso calmarle.
-Lo que tienes que hacer ahora es…- Tom escuchó a Lucía- dejar de recordarla como la Daniela que se marchó, y empezar a recordarla como la Daniela que te quiso y te apoyó siempre…
Tom miró a Lucía fijamente. Lucía lo abrazó. Y siguieron bajando hacia la casa de Lucía.
Llegaron poco antes de las cuatro y veinte. Lucía abrió la puerta y exclamó:
-Papá, mamá, ¡venid!
-¡Ya voy hija!- gritó su padre.
Ambos se presentaron a la vez y miraban a Tom.
-Bueno, antes de que preguntéis, este es Tom, está estudiando química para ser profesor, es ese del que os hablé, que hizo prácticas durante un día…
-Ah, sí- recordó su madre.
-Y ¿os acordáis del concurso de modelos que hubo el lunes?
-También, cariño ¿pero qué pasa?
-Bueno pues Tom es, bueno Tom era el novio de una de las que ganó, que ahora ya no está presente… y como nos llevamos muy bien y él tiene los dos billetes a Roma del concurso…
Los padres se miraron y el padre fue el primero en hablar:
-Lucía, un momentito, que mamá y yo tenemos que hablar…
Se fueron a la cocina. Se oían susurros, pero no palabras fuertes, por suerte. Cuatro minutos después, salieron.
-Lucía,- dijo el padre- ven conmigo a hablar a la cocina, y mamá hablará con Tom.
Lucía y su padre entraron en la cocina, y Tom y la madre de Lucía se sentaron en las sillas del recibidor. La madre empezó a hacerle a Tom una especie de interrogatorio.
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciocho.
-¿Tienes casa?
-No, con la muerte de mi novia la hemos vendido. Alquilaré una en Italia cuando se acabe la estancia de los billetes.
-Vale… ¿Y cómo sé que me puedo fiar de ti?
-Bueno, Lucía y yo nos llevamos muy bien… de todos modos tengo móvil y podréis hablar con ella todos los días…
-¿Y algo más?
-Fui yo el que la llevó al médico, con todo el cuidado posible. No la conozco de mucho tiempo, pero de todos modos tampoco pretendo hacerle nada malo, sé que ser actriz es su sueño, y estoy dispuesto a ayudarle a cumplirlo… de todos modos es un beneficio para vosotros, porque Lucía ganará dinero en el rodaje.
-Bueno, pareces creíble.- Ambos sonrieron.- Pero no quiero ni que beba alcohol, ni que le dejes hacer lo que quiera, ni que salga de noche… Ah, y ni que fume, y ni que lo hagas tú ante ella…
-No, tranquila, creo que podrías confiar en mí. Por mucho que no te lo creas solo he bebido alcohol un par de veces, y además no fumo.
-¿Enserio?
-Sí, estuve en un orfanato desde los seis años. Entonces… no podía hacer nada. Nada de lo que tú prohíbes a Lucía, así que la cuidaré bien.
Por otro lado, Lucía y su padre discutían:
-¡Papa, que es de fiar!
-¡Dame alguna prueba!
-¡Me va a ceder el viaje, en vez de ir con su mejor amigo o con otro cualquiera! ¡Fue él el que me llevó al hospital!
Entonces la madre de Lucía entró a la cocina con Tom.
-Marc… déjalo, Tom es de fiar, estoy segura.
El padre intentó aceptarlo.
-Vale, vale… ¿Y cuándo os tenéis que ir?
-El avión es mañana a las tres del mediodía.
-¿Mañana?- el padre.
-Sí. Supongo que Lucía no podrá asistir a clase. Saldremos de aquí a la una, porque iré en taxi, pero bueno, si nos podéis llevar vosotros, podemos salir más tarde…
-Marc, ya les llevo yo. Lucía, haz la maleta, vamos, a la habitación. Tom, si quieres puedes quedarte a cenar, y te conoceremos mejor. ¿Qué te parece?
-Genial.
-¿Tienes las maletas hechas?
-Claro.
Ambos sonrieron, aunque el padre seguía desconfiando.
-Bueno, Tom, pues pásate sobre las nueve.
-Perfecto.
-Adiós, Tom.
-Adiós.

Capítulo Dieciocho.

Día de la prueba por la noche. Lucía ya estaba en su casa, cenando para ser exactos. Daba muchas vueltas al tenedor para pinchar un simple trozo de salchicha. No hablaba con sus padres, ni siquiera los miraba. Le entraban ganas de llorar cada vez que pensaba en el rodaje. No es normal que te convoquen a un rodaje de repente. No es normal, es espectacular, el momento perfecto para triunfar y empezar una carrera artística. Y Lucía se estaba quedando sin oportunidades.
Tom y Daniela cenaban tranquilamente. El abuelo estaba en su habitación porque ya había cenado. Ellos hablaban:
-Entonces este fin de semana nos vamos a Roma, eh Tom.
-¡Claro! Pero ¿te pagan ellos el viaje?
-Sí, el viaje y la estancia, yo sólo pongo treinta euros, ya los he puesto.
-¡Pues menuda oportunidad!
-Ya te digo, eso me cambiará la vida…
Daniela ya se estaba imaginando, su imagen en las revistas más famosas, su cuerpo vestido con las ropas de los diseñadores más famosos, desfilando por todo el mundo…
Tom en cambio temía la muerte de Daniela. Sabía que sería pronto pero aún no se lo creía. Su vida acababa de cambiar a bien, por lo tanto su corazón no sufriría, todo lo contrario, se tendría que alegrar. Él todavía confiaba en ello.
Lucía terminó de cenar y se fue a su cuarto. Preparó la mochila del día siguiente. Se sentó en la cama y encendió la lámpara de noche, y apagó la luz de su habitación desde el interruptor de encima de su mesilla. Del cajón de la mesilla sacó un libro. Un diario, para ser exactos. No escribía en él las cosas de todos los días, escribía simplemente cosas curiosas que le pasaban, pegaba fotos que se encontraba, recortes de periódico, y hasta envoltorios de caramelos deliciosos.
Abrió el diario por la mitad. Pasó algunas hojas hacia atrás. Ahí estaba. “Actrices” era el título. Tenía muchísimas fotos con frases explicativas de sus actrices favoritas en distintos momentos de películas y series. Pasaba las hojas, miraba todas las fotos y leía todas las frases. Decenas de fotos de actrices que ella adoraba. Entonces de sus ojos empezaron a caer ácidas lágrimas… Y pensar que ella tuvo la oportunidad de que su foto estuviese en su propio diario… Decidió guardarlo y apagó la luz. No durmió mucho, tampoco merecía la pena, su vida era una mierda, o al menos según ella.
Tom y Daniela se fueron a dormir sobre las once. A Daniela no le costó nada dormir. Todo en su vida le parecía perfecto, aunque ella no sabía que la perfección es pasajera. Por otro lado Tom no conseguía conciliar el sueño. Se figuraba en su cabeza imágenes de momentos futuros, demasiado duros para él. Le hacía falta hablar con Lucía y contarle lo que pasaba. Necesitaba a alguien que fuera todo oídos para él, porque estaba en un momento muy triste de su vida.
Al día siguiente, Lucía se despertó como siempre y se levantó de la cama. Deseaba que su fisura se curase pronto, aunque, según el médico, en menos de una semana estaría curada, gracias a que Lucía no pisaba con ese pie y lo cuidaba bien.
Se dirigió a la cocina. Su madre aún no se había levantado. Normalmente solía estar despierta para cuando Lucía se despertara, y le preparaba el desayuno. Entonces Lucía cogió la leche del frigorífico y se echó menos de medio vaso. Se la calentó 20 segundos en el microondas y se la bebió de golpe. “Qué asco” pensó “Y fíjate que dicen que el desayuno es la comida más importante del día…” Después cogió un bollo de azúcar y se lo metió en la boca. Masticó mucho y se lo tragó haciendo un gran esfuerzo. Luego fue a su habitación a vestirse.
Tom se levantó antes de lo normal. Y además durmió poquísimo, porque temía lo peor. Se levantó de la cama y subió las escaleras hacia la habitación de Daniela corriendo. Corriendo en calcetines, para no hacer ruido. Abrió la puerta y la dejó apoyada a sus espaldas. Se acercó hacia Daniela con unos nervios impresionantes en el estómago. No recordaba haber sentido aquel sentimiento jamás. Se acercó a ella, estaba boca arriba. La miró. Puso un dedo suyo en la nariz de ella, buscando un poco de aire, una respiración. Por la nariz no respiraba. Lo puso en la boca… no podía ser. Su boca estaba cerrada. Tom se puso todavía más nervioso. Le temblaban las manos. Destapó a Daniela y puso su mano en el corazón de ella. Dios mío. No, no latía. Le puso un dedo entre el cuello y la cabeza, para ver si tenía pulso. Entonces cayó sentado hacia atrás. Con los ojos abiertos y la mano extendida. Y sintió morirse. Daniela… había fallecido.
Y ese era uno de esos momentos en tu vida, en los que crees que has nacido para sentir dolor. En los que crees que no pintas nada en el mundo, que naciste por error, un error tan grave que te castiga para siempre. En los que piensas que la felicidad es para los ricos, y tú te crees el más pobre de los infelices. En los que piensas que si pudieras volver atrás serías la persona más feliz del mundo. En los que piensas que ni pensar tiene sentido ya. Que todo se ha acabado, y si se ha acabado es por algo, pero ese algo no tiene sentido, tú no le encuentras ningún sentido. Entonces ya no entiendes nada, tu cerebro se vuelve loco, empieza a recordar todos esos momentos, todos los momentos con ella, sus explicaciones y su forma de hablar, sus besos y sus abrazos, sus aprobados y sus alegrías, su valor para no rendirse y aceptar la realidad, su don, que era el de ser modelo, su oportunidad para seguir adelante… y ahora ella ha muerto. Pero crees que la única víctima eres tú, porque ella no ha sentido el dolor, el dolor te está atrapando a ti, el dolor está en tu corazón, está encima de todos los recuerdos bonitos de tu vida vividos con ella.
El dolor quiere que todos esos recuerdos no se borren nunca, el dolor quiere que te reboten en la cara cada vez que leas su nombre, el dolor quiere que sufras por ella, pero no te lo mereces, ella tampoco se merecía este triste final… Daniela.
Entonces lloras, quizá nunca en tu vida hayas llorado así, gritas, sollozas, y de tus ojos salen lágrimas finas, caen rápidamente de tus ojos, dejando paso a las siguientes, y así sucesivamente. Y gritas, pero no gritas palabras, solo lloras, solo demuestras tu dolor ante el mundo, un dolor que quiere salir pero que se ha quedado atrapado, atrapado para siempre. Y te llenas de preguntas “¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Cuál es la razón lógica si es que la hay?” Y vuelves a gritar, intentas desahogarte pero no te sirve de nada. Crees que estás quemado por dentro, que te vuelves pequeño en ese mundo lleno de desgracias…
Y de repente llega alguien que te intenta calmar, “tranquilo”, te dice “¿qué te pasa?”… y tú no puedes, tú no sabes responder, tu boca no se mueve, sólo grita, sólo llora, sólo intenta demostrar que no se puede desahogar, sólo intenta demostrar que el dolor se ha quedado pegado, pegado para siempre…
El abuelo llegó corriendo y se encontró a Tom llorando, en el suelo.
-¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado?
Entonces el abuelo miró a Daniela. Pálida y sin respirar, probablemente muerta desde varias horas antes. El abuelo se ocupó de todo, de llamar a la policía, de llamar a Model Xpress, de que el cadáver fuese enterrado sin que se hiciera un funeral, como pidió ella.

Capítulo Diecisiete.

Estaban maquillando a Alexia para las fotos, y después era el turno de Daniela. Les maquillaban perfectamente, y después les hacían peinados impresionantes.
Cuando ya estaban todas listas, entró un fotógrafo, y les explicó que les haría una foto a cada, con un mismo pose. Se tenían que tumbar de lado, mirando a la cámara con cara seria. Todas lo entendieron y empezaron con las fotos.
Unas iban vestidas con pantalones largos, otras con cortos, con jerséis, con chaquetas, con camisetas de manga larga, con blusas, con camisas, con camisetas de tirantes y algunas otras con camisetas de manga corta, pero largas.
Hicieron las 16 fotos en menos de 10 minutos, y después el presentador anunció:
-Vamos a poner las fotos en la pantalla del escenario. Son 16, y cada una estará unos 20 segundos. Recordad, el botón rojo lo tocáis para las que queréis que se eliminen. En esta prueba se eliminarán seis chicas, y en caso de empate, las empatadas repetirán la prueba. Debajo de cada foto aparecerán el número de personas que han querido eliminarla.
-Entiendo… - dijo Lucía. Andrea sonrió.
Apareció la primera foto. Era una chica pelirroja, con los ojos azules, muy-muy guapa. Vestía con unos pantalones largos blancos, con botas rojas y con una camiseta de manga corta pero larga que tenía unas letras rojas y negras. Sólo una persona la quiso eliminar, pero Lucía y Andrea no tocaron el botón.
Y siguieron pasando las fotos. Lucía tocó el botón tres veces, y Andrea dos, cuando iban en la penúltima foto. Era Alexia. Nadie votó que se eliminara. Era la única que no había tenido un solo voto en contra.
La última era Daniela. Tanto Tom como Lucía y Andrea se quedaron boquiabiertos. Ella tampoco tuvo votos en contra.
-¡Esa sí que es guapa!- dijo Andrea
-¡Ya te digo!- Lucía.
Y el presentador siguió.
-Ya tenemos los resultados de las votaciones… No ha habido ningún empate, las eliminadas son: Martina, Selena…
Y dijo otros cuatro nombres.
-Y las que no han tenido un solo voto en contra, han sido: Alexia y Daniela, ¡felicidades!
Daniela y Alexia se abrazaron desde el camerino grande. Y las seis chicas se fueron.
-Señoras y señores, ¡vamos con la última fase! Cada una de las 10 candidatas hará un desfile, y los tres jurados las puntuarán del 0 al 10.
Nadie se había fijado en los jurados pero ahí estaban. Un hombre y dos mujeres, seguramente con experiencia, dispuestos a puntuar lo más estricto posible.
Empezaron a desfilar, con vestidos cortos y largos, las diez participantes. La primera lo hizo bastante mal, seguramente por los nervios de ser la primera. Y después fueron las demás. Diez chicas, tres jurados, muchos números, pero sobre todo, nervios.
Lucía y Andrea miraban como hipnotizadas a todas las chicas aspirantes para modelos. Y la décima, en este caso Alexia, entró en el camerino, y el jurado entregó un sobre al presentador.
-Bueno, pues aquí tenemos el sobre que nos dirá quien se elimina finalmente, y quien acudirá al desfile de Roma, este fin de semana.
-¡Roma!- exclamó Lucía al oído de Andrea- Ahí es donde tengo que ir yo…
Andrea asintió.
-Bueno pues, sin más ni menos, abriré el sobre. Que pasen las diez chicas, por favor.
Las diez participantes salieron al escenario, y se colocaron todas juntas. Algunas iban en tacones, y otras no, pero había mucha diferencia de altura entre unas y otras de todos modos.
-Aquí están nuestras diez bellezas… Se van a clasificar cuatro de ellas. Primero voy a eliminar a tres, y de las siete restantes diré las cuatro con más puntuación es decir; las clasificadas.
La gente aplaudió. Lucía y Andrea se miraron sin saber qué hacer, entonces rieron y se dedicaron a aplaudir.
-Pues, las tres con menos puntuación han sido… Lena, Kate y Miriam.
La gente dijo “¡oooh!” y Lucía y Andrea también. Lena, Kate y Miriam abandonaron el escenario.
-Ahora el momento más esperado… Hay siete participantes, solo cuatro clasificadas… Voy a decir la cuarta con más puntuación…
La gente volvió a aplaudir.
-¡La cuarta con más puntuación ha sido…! ¡¡¡Maya!!!
Maya era la chica pelirroja con los ojos azules que salió la primera en la fase 2. Tras haber recibido la noticia, se adelantó dos pasos, hizo una reverencia, y volvió a su sitio.
-Continuamos… ¡Ahora diré la tercera con más puntuación!
La gente aplaudió más fuerte que anteriormente.
-¡La cuarta con más puntuación ha sido…! ¡¡¡Daniela!!!
Daniela se sorprendió muchísimo, e hizo lo mismo que Maya. Después buscó a Tom entre el público y le sonrió. Lucía se quedó mirándola fijamente. Pensó: “Daniela… ¿podría ser esa la novia de Tom? No, sino Tom estaría aquí…” No le quedó claro.
-Genial, ya solo quedan cinco, pero sólo dos pasarán. Ahora diré las dos primeras, el primer nombre es de la segunda, y el segundo nombre de la primera, ¡no os liéis!
La gente aplaudió más fuerte que nunca. Todos esperaban ansiosos el resultado.
-La segunda con mejor puntuación es… ¡¡¡Alexia!!! Y la primera, la de la puntuación más alta… ¡¡¡Sabrina!!!
La gente aplaudió locamente. Y las tres que no se clasificaron abandonaron el escenario. Y Alexia, Daniela, Maya y Sabrina se abrazaban, saltaban y reían.
Tom no se lo podía creer… Sabrina… Era la sustituta… A la que él salvó la vida, cuando Álvaro la quiso matar…

Capítulo Dieciséis.

Cuatro horas para la prueba. Lucía salió de clase, a las cuatro como siempre, con un papel que explicaba todo el rodaje en la mochila, e intentó bajar rápido la cuesta hacia su casa, aunque con la muleta difícil, para contarles a sus padres lo del rodaje. Aún no se lo creía ni salía de su asombro. No llevaba ni un año soñando con ser actriz. Un día se dio cuenta de que eso era lo suyo. Y Lucía Ramos era su inspiración. Sus padres no creían que tuviese oportunidades, tampoco había estudiado arte dramático jamás, aunque de todos modos era pequeña. Un día, le salió la oportunidad de hacer una prueba y dos exámenes en clase. Al principio pensó en rechazarlas, pero después la hizo. Poca gente de su clase se animó, aunque de todos modos Lucía fue la única que impresionó a los directores.
Llegó a casa en diez minutos, y según abrió la puerta, gritó:
-Papá, mamá, ¡me han convocado a un rodaje en Roma para una película con Lucía Ramos! ¡Tengo que estar ahí antes de dos semanas y el vuelo y la estancia me lo tengo que pagar yo! ¿Me lo pagáis?
Los padres salieron de la cocina, su madre con los guantes de fregar y el padre con el periódico.
-¡Qué dices Lucía! ¿Cómo que un rodaje? ¿Con qué Lucía Ramos?
Lucía nunca les dijo a sus padres que adoraba a la otra Lucía como actriz.
-¿No recordáis la prueba que hice en clase? Pues me han convocado para un rodaje. Y Lucía Ramos es una súper actriz que además se llama como yo. Tomad, este es el papel.
Lucía sacó de su mochila el papel que lo explicaba todo, se lo dio a su padre y exclamó:
-Leerlo y después me avisáis, ¡espero en mi cuarto!
Lucía fue a su cuarto y se sentó en el escritorio. Solo tenía deberes de matemáticas y quería terminarlos cuanto antes para ir a la prueba de Model Xpress. A los diez minutos, sus padres fueron a su habitación.
-Lucía…
-Pasar.
Estaba bastante nerviosa. Sus padres se sentaron en su cama y empezaron a hablar mientras ella escuchaba.
-Lucía, cuatrocientos euros el viaje y la estancia de un día, es decir, poco menos de mil euros la estancia de todos lo que dure el rodaje…- explicó su padre.
-No podemos permitirlo, eres demasiado pequeña.- dijo su madre.
De los ojos de Lucía cayeron dulces lágrimas.
-Mamá, es mi sueño…
-Hija…- el padre- es tu sueño desde hace nada…
-¡Mentira! Quizá no lleve mucho tiempo deseándolo, pero sé que es mi sueño… Nunca he estado tan convencida de algo, al principio nadie me apoyaba, pero finalmente conseguí que la gente se fijara en mí… Y además voy a ver, mejor dicho, ¡voy a rodar la película con Lucía Ramos!
Seguía llorando. Solo un “vale” o un “sí” la consolarían.
-Pero cariño, eso es mucho dinero.- su madre- ¡Compréndelo!
-Mamá, papá, por favor…
-Ya te hemos dicho que no, y no hay más que hablar. Mientras no nos toque la lotería no te dejaremos ir.
Lucía empezó a llorar más fuerte.
-¡Iros fuera de mi habitación, fuera!
Sus padres se fueron y ella se tiró a la cama, sollozando como una niña pequeña sin su caramelo de limón. Después se dio cuenta de que no terminaría los deberes a tiempo, así que se puso a ello.
Dos horas para la prueba. Lucía llamó a Andrea, para preguntarle si le gustaría ir con ella a ver el casting. Quedaron a las ocho menos cuarto en aquel edificio.
Daniela ya no podía más. Subía las escaleras y las bajaba. Saltaba. Andaba. Bailaba. No podía estar quieta. Después se metió en la ducha, pero no aguantó más de diez minutos. Se preparó, es decir; se peinó y se vistió, y para entonces decidió irse ya.
-Vamos Tom.
Fueron en moto. Salieron por la puerta alrededor de las siete y media, y a menos veinte ya habían entrado. Era un gran escenario, con muchos asientos, como si fuera un cine, o un teatro. Tom se sentó en la fila de adelante, porque los acompañantes de las chicas que harían la prueba tenían las dos primeras filas reservadas. Daniela entró por una puerta que decía: participantes. Era una habitación gigante, con armarios con ropa y zapatos, con cámaras de fotos, con un ordenador, con una pantalla enorme… Y una chica sentada en una silla redonda, en una esquina.
Era rubia, y tenía el pelo largo, larguísimo. Después tenía unos ojos preciosos, verdes claros, muy claros y grandes. No era muy alta pero tampoco se podía decir que era de altura baja. Vestía unos pantalones vaqueros y una sudadera blanca, simplemente. Daniela, tímida y nerviosa, se dirigió a ella:
-Hola…
La chica no parecía tan tímida:
-¡Hola! ¿Tú también participas? Yo también, llevo aquí cinco minutos, pero no ha venido nadie para decirme lo que tengo que hacer… Soy Alexia, ¿y tú?
-Soy Daniela…
Daniela se sentó al lado de Alexia, que le dijo:
-Estás bastante nerviosa, ¿verdad?
-Sí… ¿Tú no?
-Bueno, no mucho…
-¿Has ido a más pruebas?
-A una solo…. Pero no logré nada.
-Vaya…
Y siguieron charlando, conociéndose un poquito mejor, lo cual sería mejor para la prueba.
Cuando Lucía llegó sobre las ocho menos cuarto, Andrea ya estaba ahí. Entraron y se sentaron por la mitad, más o menos.
-Andrea, ¿tú te acuerdas de las pruebas de arte dramático que nos hicieron?
-Em, sí, creo que sí.
-Pues me han convocado para el rodaje, con Lucía Ramos.
-¡¡¡Qué!!! ¡Genial!
-No tanto… es en Roma, y mis padres no me quieren pagar ni la estancia ni menos el viaje.
-¡¿No te dejan ir?!
Lucía negó con la cabeza. Sentía como si le ardiese la garganta, como si quisiera llorar pero no pudiese.
-Vaya, lo siento…
Se abrazaron. Ella era siempre muy comprensiva. Siguieron hablando, intentando cambiar de tema, hasta que, sobre las ocho, ocho y cinco, una voz habló desde el escenario.
-Señoras y señores… Estamos aquí para presenciar una prueba de modelos. Ahora mismo, en el camerino principal, se está realizando la primera fase. Hay tres tallas de ropa, la pequeña, la mediana, y la grande. Sólo pasarán a la siguiente fase las que entren en la talla pequeña y en la mediana. Hay 20 chicas, calculamos que se eliminarán 3. La primera fase no es pública, no la podréis ver.
Daniela y todas las chicas estaban de pie, en fila. Había veinte participantes y diez diseñadores. Les entregaron a cada una, una camiseta y un pantalón de las tallas mediana y pequeña. Tenían sitio para probárselas, se sentaban en una silla para apoyarse y después se ponían de pie. Todas se tenían que probar primero la mediana. A dos no les entraba y a otras dos les quedaba fatal. Esas abandonaron la sala, instantáneamente, y a Daniela le pareció grosero, pero ella pasó la fase, aunque el pantalón, de cintura le quedaba algo grande, por lo que el diseñador le dijo que utilizaría el pantalón de la talla pequeña y la camiseta de la talla mediana. Daniela se fijó en Alexia. Ella tenía que llevar la talla pequeña en pantalón y camiseta.
El presentador anunció:
-Han sido eliminadas cuatro candidatas, y sus nombres son…
Lucía exclamó:
-¡Qué rápido lo han hecho!
-Diana, -continuó el presentador- Marina, Ashley y Mara.
Y entonces algunos de las filas delanteras se fueron.
-La segunda fase tratará de posar para fotografías. Después pondremos las fotos en el escenario, de una en una, y podréis votar con el botón rojo que tenéis en el posavasos. Tocad el botón rojo en la participante que os parezca que se tiene que eliminar.
Andrea opinó:
-¡Qué guay!

Capítulo Quince.

Día de la prueba. Tom madrugó como siempre. Él también estaba nervioso por la prueba de Daniela. Llegó a clase más pronto que nunca, casi veinte minutos antes. Y para su sorpresa, encontró a Rebeca sentada en una de las sillas de su mesa. Él se sentó en una, enfrente de Rebeca y lo único que le dijo fue un simple:
-Buenos días.
Ella alzó la vista y principalmente no dijo nada. Siguió leyendo un libro, que no parecía de química, sino una simple novela. Entonces Tom abrió su cuadernillo y empezó a repasar. De pronto Rebeca habló:
-¿Lucía viene a estas clases contigo?
Tom pensó que era obvio. Si Rebeca estaba ahí buscando a Lucía, por algo sería.
-Em… sí. ¿Por qué?
Rebeca alzó la vista.
-¿Es asunto tuyo acaso?
-Supongo que no. Aunque de todos modos me lo contará después.
-¿Ah, sí?
-Si lo digo, por algo será.
-¿Tanta confianza hay ya?
-¿Es asunto tuyo acaso?
Tom rió para sus adentros y Rebeca quiso seguirle el juego a Tom.
-Claro, soy su tutora.
-Ya, y por eso tienes que saber quiénes son todos sus amigos y amigas, si tiene novio o no, y de paso el número del pin de su móvil.
Lucía le enseñó a Tom lo que era un pin y su valor, el día que fueron al médico.
-Tengo todo el derecho del mundo a saberlo.
-Claro… Y seguro que sabes su nuevo problema físico.
-¿Problema físico? Ah, sí, ese…
-¿Sabes a lo que me refiero?
-Sí…
-A ver.
-No te lo puedo decir, porque quizá mientas…
-¿Es secreto?
-Más o menos…
En ese momento alguien entró por la puerta pero ellos siguieron conversando.
-¿Tienes idea de lo que me refiero, Rebeca?
Entonces Lucía se presentó en la mesa.
-Me refería a eso.- Tom señaló a la muleta de Lucía
-¡Pero que te pasó!
-Ves como no lo sabías…- Tom
-Me pisaron, más o menos- explicó Lucía.
Tom se calló.
-Ah, vale… Tenemos que hablar, eh Lucía.
-Sí, como siempre.
Tom rió bajito. Rebeca lo ignoró.
-A ver, esta vez es una ventaja para ti.
-Dime.
-Tú siempre dices que quieres ser actriz, y te implicas mucho en ello…
-Sí, así es-
-Bueno, visto el nivel que alcanzaste en la prueba del mes pasado y vista la nota media de los dos exámenes de arte dramático…
Los ojos de Lucía se hicieron grandes.
-¿Sí?
-Vas a asistir a un rodaje.
-¡Genial, genial, genial, genial, genial, genial!
-Será en Italia, en Roma, para ser exactos. La rodarás con muchos actores y actrices, como…- dijo una lista- y también con otra chica, que como tú se llama Lucía Ramos
-¡Bieeeeeeeeeeeeeeeeeen! ¡Gracias, gracias, mil gracias!
Lucía se puso a dar saltos por la clase, a abrazar a Tom y también a Rebeca.
-Unos productores se interesaron por ti, y grabarás una película con ella en Roma, sobre una historia de una familia. Tú personaje será secundario. Pero el viaje y la estancia lo tendrás que pagar tú, o bueno, tus padres…
-¿Qué?
La cara de Lucía cambió completamente.
-Pero no…
-Lo siento, así es todo. Y yo me voy. Te tienes que ir cuanto antes, en dos semanas comienza el rodaje, si no vas, te sustituirán por otra. Adiós.
Lucía se echó en una silla. Sus padres no le darían dinero para eso, sobre todo si iba a perder clase. Entonces empezó a llorar. Pero a llorar de verdad, como Tom nunca vio. Era la oportunidad de su vida, y apenas había posibilidades de que pudiera hacerse realidad. Tom le ofreció un clínex y ella se secó las lágrimas. Todavía era pronto para llorar.
Daniela se despertó un poco antes de un día cualquiera, con nervios por todos los lados. Desayunó poquísimo, por un lado, por los nervios, y por el otro, porque no quería engordar para la prueba. Era a las ocho, y todavía eran las once y media cuando ella salió a por el pan. De paso compró un poco de tila, aunque las palabras de Tom la tranquilizaban bastante más.
Después regresó a casa, y se preparó la tila.
-¿Bien preparada para la prueba?
-Eso creo, abuelo, eso espero.- Se la bebió rápidamente y le alivió un poco esa sensación extraña en la tripa, que le producía cierto malestar.
Luego subió a su cuarto, y repasó todo. Los poses para las fotos, y los distintos desfiles. Con tacones, con botas, con ropas de invierno y con ropas de verano, en chándal, en bikini, en bañador y hasta en traje de esquiar, porque ya no sabía ni qué probarse. Por un lado estaba convencida de que le salía bien, pero por el otro estaba un tanto indecisa.
Cuando Tom llegó, Daniela seguía en su cuarto, y el abuelo estaba al lado de la puerta, como si estuviese esperando a Tom. Y sí, lo esperaba.
-Tom, ahora que Daniela está arriba, quiero hablar contigo, vamos a la cocina.
Tom lo siguió, algo desconcertado.
-Tengo que decirte algo muy grave, que si lo hubiera sabido te lo hubiera dicho antes…
-Dime.
-Verás… Los padres de Daniela se conocieron en un tratamiento para su enfermedad. Ellos tenían una enfermedad, un cáncer muy extraño que afecta al 0,01% de la población, es decir; a poquísima gente. Mirándolos de arriba abajo no parecía que tuviesen nada extraño, pero tenían un punto muy débil, el hombro izquierdo. Siempre llevaban protecciones, desde que nacieron, porque con un golpe en el hombro, su vida podía terminar, no recuerdo ahora los motivos, eran muy raros.
-Vaya…
-Entonces, al tener hijos, el cáncer se multiplicaba sobre ellos. Daniela y su hermano no tienen el hombro como punto débil, tan fuerte es el cáncer en ellos, que el hombro está protegido, pero no el corazón. Son muy sensibles, pero una vez pasados los catorce años, su vida corre peligro. No hay antídoto aún para esta enfermedad.
-¿Y qué me quiere decir con eso?
Tom estaba bastante afectado.
-Anteayer me llegaron los resultados de unos análisis que le hicieron a Daniela hace un par de meses. Tardaron mucho, porque son muy exactos. Y el resultado…
Tom palideció un poco. Y de los ojos del abuelo cayeron finas lágrimas.
-Según esto… Daniela morirá hoy, y si no lo hace, cualquier día de estos…
Tom palideció completamente. No comprendía nada, y si lo comprendía, su cerebro no lo podía aceptar.
-Su padre no murió por la gravedad del accidente, porque Daniela hubiese muerto también. El padre murió porque se golpeó el hombro, como la madre. La madre se lo golpeó en el vuelo, en un momento de mucho movimiento. Y su hermano… él murió por lo sensible que era, y que su madre muriese a su lado, le afectó mucho. Por suerte, con aquellas tres muertes, el corazón de Daniela fue fuerte, y le permitió seguir adelante. Pero ha llegado la hora.
Ambos empezaron a llorar, aunque intentaban relajarse, para que Daniela no se enterara.
-No le digas nada de esto… y vive estos días como si fueran los últimos… porque probablemente lo sean, pero no llores, por favor.
-Lo intentaré…
-Seguramente morirá dormida, es lo más lógico.
-Vale...
-Dejemos de hablar de esto.
-Claro.
Tom se secó las lágrimas y salió. Justo entonces Daniela bajaba las escaleras.
-Tom, ¡ya has llegado!
Se dieron un abrazo.
-¿Qué tal llevas lo de la prueba?
-Genial.

Capítulo Catorce.

Un día antes para la prueba. Era sábado y todos se despertaron tarde. El abuelo, Tom, Lucía, Daniela. Ah no, Daniela no. Los nervios le impidieron dormir lo que dormía normalmente y madrugó. Cuando Tom despertó, sobre las once y media, se encontró a Daniela tirada en el sofá, con la cámara de fotos en la mano y los ojos medio cerrados. Cuando oyó a Tom levantarse, se movió y se sentó.
-Eh, ¿estabas dormida?
-No, solo descansaba…
-¡Daniela!
-Bueno, a ver creo que sí… pero es que no he descansado nada.
-¿Por la prueba?
-Uf… sí.
Tom se sentó a su lado y le pasó un brazo alrededor de su cuello. Y le susurró al oído:
-Tranquila, cuánto más nerviosa estés, sabes que peor te va a salir.
-Sí, lo sé… Ya he tomado tila para intentar relajarme, pero nada…
-Yo sí que sé un buen truco para los nervios…
Daniela le miró a los ojos.
-Dime, dime…
-Bueno, es muy fácil…
Él hablaba bajito, mirándola a los ojos.
-Tienes que relajarte, pensar en todo lo bueno que tienes ahora mismo… tu casa, tu abuelo, tu vida, yo, tu móvil, tu cuarto, tu manta favorita, la canción que te inspira, tu examen aprobado, tu animal y tu color favoritos, tu mejor recuerdo de la infancia…
Daniela cerró los ojos e intentó relajarse.
-Sigue…
-En tu película favorita, tus prendas de ropa que te sientan bien, en tus preciosos ojos, en lo que más quieres, en lo que más te gusta, en tu coche favorito y en tu moto favorita, en el nombre que te gustaría ponerles a tus hijos e hijas…
Entonces Tom miró a Daniela. Era tan… guapa. Hasta con los ojos cerrados y el pelo revuelto. Respiraba lentamente, y su pequeña naricilla se movía, pero poco, muy- muy poco… Tom se dio cuenta de que Daniela dormía. Entonces se acercó a ella y la besó. Ella ni se inmutó. Tom retiró su brazo de su cuello y se dirigió a desayunar.
Tom, sentado en una silla y con un cruasán de chocolate medio mordido en la mano, recordó la llamada que le hizo a Lucía. La llamada que jamás se revelaría, ni tenía por qué hacerlo. No sabía si había hecho bien en llamarla. En el fondo le apeteció hacerlo. Era agradable hablar con ella. Era como hablar con alguien que conocía de toda la vida, con alguien en quien se puede confiar, alguien como ella… Entonces pensó en quien confiaba en el orfanato. En Alex. No le apetecía recordarle. Le recordaba como un traidor cobarde que lo acompañó pero lo dejó en el camino. Porque en cuanto Tom encontró a Daniela, Alex quiso irse. Simplemente como lo haría un cobarde.
¿Y si Tom hubiese matado a Daniela? Estaría en la cárcel, jamás habría conocido el amor, no habría conocido a alguien tan loca como Rebeca, ni a una adolescente tan encantadora y soñadora como Lucía. Se arrepentía de haber robado una navaja. ¿De dónde la robó? Ah, sí. No se lo quiso decir a Alex. Porque se la quitó a un violento amigo de Alex. Se llamaba Álvaro, pero él decía que le llamasen “Alvo el valiente”. Era un flipado, simplemente. Y Alex seguía todas sus órdenes como si fuera su padre, o su rey. Tom lo odió desde que lo conoció, y siempre conseguía escabullirse de sus órdenes.
Una vez se rumoreó que mataría a la profesora de filosofía. Bueno, no era la profesora, era la sustituta. Era rubia, y de ojos claros, que parecían amarillos, aunque eran verdes en realidad. Se llamaba Sabrina. Y Álvaro quería salir con ella, no se supo si era para que lo sacase del orfanato, o simplemente porque le gustaba. Ella, por muy maja que fuera, no pudo decirle que sí, porque pese a todo, tenía novio. Y Álvaro quiso matarla. Se podía decir que Tom salvó la vida de Sabrina.
Mientras Tom se sumía en sus pensamientos, Lucía acababa de despertar. Estaba tumbada en la cama, destapada, mirando al techo y pensando en todo. Estaba recordando el instante en el que su vida cambió. Cuando repitió. Empezó el curso bastante mal, le costaba mucho estudiar, y ella lo intentaba, pero siempre acababa rindiéndose. Y suspendía bastantes exámenes, aunque más de la mitad los conseguía aprobar. Pero el tercer trimestre fue lo peor para ella. Muchos exámenes y demasiado rápidos. Demasiado temario en pocos días. Y suspendió matemáticas, filosofía, química y lenguaje. Y su nota más alta en las notas fue un ocho, de literatura.
La profesora de literatura no era su tutora, pero en opinión de Lucía, el trabajo de tutora no lo hacía la que lo tenía que hacer, es decir; Rebeca, lo hacía la de literatura, Verónica. Verónica estaba dispuesta a darle clases adicionales casi siempre, por mucho que tuviese cosas que hacer. Y ayudaba a Lucía mucho, muchísimo, hasta a veces en otras asignaturas. Lucía le contaba todo, todo lo que le pasaba como si fuera su mejor amiga y además confiaba mucho en ella. Pero Verónica no consiguió que Lucía pasara de curso.
Después Verónica tuvo que irse a otro colegio, al final de curso. Y Lucía se sintió prácticamente sola, a pesar de tener unas pocas amigas como Andrea, aunque era un año menor que ella.
Entonces Lucía paró de pensar. Saltó de la cama y cogió su bolso, que colgaba de una percha azul. Se sentó en la cama con el bolso en las rodillas y rebuscó. Fue sacando cada objeto que encontraba y dejándolo sobre la cama. Un paquete de clínex medio terminado, con olor a miel. Unas gafas de sol metidas en una funda verde de plástico que cerraba mal. Un par de llaves colgadas en una anilla junto a un llavero en forma de Vespa azul. Un pin en forma de estrella morada, con el borde negro, algo desgastada. Un catálogo de ropa. No, no era un catálogo de ropa. Decía así: “Casting para modelos Model Xpress, nuevos talentos, nuevas caras, nuevas chicas. Pásate y bota tu favorita el próximo lunes a las ocho.” Y después una dirección.
-Hala…
Lucía decidió ir a verlo. Tenía clase, pero después de terminar los deberes podía ir.

Capìtulo Trece.

Dos días para la prueba. Era sábado y Daniela estaba de los nervios pese a que tenía que pasar todo el fin de semana. Por la mañana estuvo intentando desfilar bien, y la verdad era que no le salía nada mal, pero quizá estaba demasiado tensa por los nervios.
-¿No te cansas?- le preguntó Tom
-Un poco sí, pero tengo que ser fuerte…
Tom puso una cara de comprensión, pensando “claro, claro…” Él se dio cuenta de que aquel día sería aburrido. Sin clase, y con Daniela ocupada a todo momento Tom no tenía nada que hacer.
Fueron a comer alrededor de la una y media, y Daniela comió poquísimo. Tom parecía no comprenderla
-¿No tienes hambre?
-No, quiero decir, sí, pero si como mucho engordaré y no superaré la primera fase.
Tom meneó la cabeza. Esa prueba le estaba fastidiando. Daniela ya no era la misma, y Tom empezaba a pensar en otras cosas que no se relacionaban con ella; Lucía. A las cuatro Daniela tenía que ir a la farmacia, a por unas pastillas de su abuelo:
-Voy en moto, así que tardaré unos veinte minutos.
Entonces a Tom se le encendió una luz en la mente y decidió llamar a Lucía. Subió a la habitación de Daniela y cogió su móvil. Se le había olvidado. Tom ya había cogido el papel con el número, pero no sabía dónde marcarlo. Había visto a Daniela hacerlo un par de veces, marcaba el número y después tocaba el botón verde para llamar. Pero no sabía dónde marcarlo. Entonces encontró un icono que decía “teclado”. Lo tocó y marcó el número despacio: 688.801.659. Después se lo pensó bien. Dos. Tres veces más. Entonces tocó el botón verde y una dulce voz respondió rápidamente:
-¿Sí?
-Em… Hola
-¿Quién eres?
-¿Quién crees?
-¿Tom?
-Em… creo que sí.
Lucía rió.
-¿Tu novia te ha dejado llamarme?
-Está fuera.
-Uf, ¡pues luego borra la llamada!
-¿Y eso cómo lo hago?
-Tocas el botón verde y dónde aparezca mi número le das a borrar.
-Vale…
Se quedaron en un instante silencioso.
-¿Qué querías Tom?
-Llamarte.
-¡Hombre ya! Digo que para qué me has llamado.
-¡Ah! Para hablar contigo… ¿Tú no querías que te llamara?
-¿Me has llamado sólo porque te lo pedí?
-No, quería oír tu voz.
-¿Enserio?
Lucía alegró.
-Yo también te echo de menos, Tom.
-¡Pero si nos vimos ayer!
-Bueno, ya, pero hasta el lunes no creo que nos veamos…
Tom rió.
-Tienes razón…
-¿Y bien?
-¿Qué?
-¡Cuenta algo!
-¡Ah! Pues… no sé. ¿Qué tal tu pie?
-¡Oh! ¡Por fin te has acordado de mí! Nada, pues tengo revisión esta tarde. Mis padres están muy pesados con “haber tenido más cuidado” y cosas así…
-Vaya…
-Bueno, pero creo que se me curará pronto. Lo malo es que tendré que estar con la muletita…
-¿No te gusta?
-¿Ir con muletas? N-O
-Vale.- rió Tom- Yo no creo que esté tan mal… es como si sustituyera tu pie.
-Digamos que sí… Pero yo prefiero mi pie.
-Supongo…
Se quedaron en silencio un rato.
-Tom.
-Dime.
-¿Tienes carné de conducir?
-No.
-¿Carné de moto o moto?
-No y no.
-¿Tú que hacías antes de venir al Zurbarán?
-Vivía en un orfanato.
Lucía palideció.
-Pero… ¿por qué?
-Mis padres murieron en un accidente de coche y mi familia no quiso hacerse cargo de mí.
-Vaya… ¿y te adoptaron?
-No. Normalmente sólo adoptan a bebés.
-¿Entonces?
-Bueno, con dieciocho años tienes oportunidad de irte.
-Ah, claro… ¿Y a dónde fuiste?
-A casa de Daniela.
-¿Tú la conocías?
-No, ella era la hija del hombre que se chocó con mis padres en el accidente.
-Ah… ¿y para que fuiste donde ella?
-Para conocerla.
-¡Jáh! Fuiste para vengarte.
-No.
-Anda, ¡admítelo!
-Bueno, sí, pero me enamoré.
Lucía volvió a sentirse hundida.
-Ah…
-No me había enamorado nunca.
-Entonces puede que no estés enamorado.
-Por poder, puede ser… pero sí que lo estoy.
Lucía tuvo otro pinchazo en el corazón, y ya no aguantaba más.
-¿Me has llamado para contarme que estás súper enamorado de una y para que yo me lo trague?
Tom no supo cómo reaccionar.
-Pues… perdón si te ha molestado.
-¡Perdón si me ha molestado NO! ¡Perdón por haberme molestado porque sabes claramente que me ha molestado!
-Vale, vale, perdón, tranquila, relájate…
Se quedaron en silencio y Tom oyó ruidos extraños al otro lado de la línea.
-Lucía ¿qué son esos ruidos?
Los volvió a oír. Eran como sollozos.
-Lucía, ¿estás llorando?
Entonces el ruido paró.
-Bueno, si no me hablas, cuelgo…
-Pues adiós.
-Bueno, voy a colgar…
-Adiós.
-Cuelgo…
-Adiós.
-Lucía, ¿cómo se cuelga?
Ella rió débilmente.
-Dale al botón rojo.
-Ah vale.
-Y no te olvides de borrar la llamada.
-Claro, claro…
-Adiós.
-Adiós bonita.
Y Tom colgó. Después pulsó el botón verde y no tuvo dificultades para borrar la llamada. Posó el móvil donde lo había encontrado y se fue al salón a ver la tele. Al poco rato llegó Daniela con la bolsita de la farmacia, y no sospechó nada.
Por otro lado Lucía seguía dándole vueltas a un detalle. “Me ha llamado bonita…” pensaba.
Y entonces se tumbó en la cama, con el móvil todavía en la mano y con los ojos humedecidos, y empezó a pensar en Tom. En su curioso encuentro cuando fue a aconsejarle algo para lo que le pasara con la “cabezahueca”. En el momento en el que le dio su número. Cuando descubrió que Tom no tenía móvil. Cuando él la llevó al médico… Y además acababa de hablar con él. Tom le parecía… perfecto.

Capítulo Doce

Tres días para la prueba. Era viernes, ya último día de la semana y último día en la escuela, hasta el lunes, para Tom. Cuando llegó a la clase estaba Eddie tumbado en la mesa y dormido. Tom se sorprendió, y se sentó en frente de él. Decidió sacar el cuaderno para ir repasando algo. Entonces vio el teléfono de Lucía. Y sintió un cosquilleo extraño en la tripa. No sabía cómo iba a reaccionar ella al verle, después de descubrir a Daniela. Y entre pensamiento y pensamiento, alguien abrió la puerta. Como desde su asiento no podía ver quien era, por si acaso, guardo el papel y se puso a repasar el cuarto tema. Era Lucía.
Apareció delante de él y se puso al borde de la mesa, mirando a Eddie, con cara de asco. Tom la miró. Llevaba el pelo suelto, y muy liso, más que lo normal. El flequillo le llegaba casi a los ojos, que transmitían tantas cosas sin decir nada… Desde sus orejas colgaban un par de pendientes en forma de aro, y vestía un vestido veraniego, pese a que el verano estaba a punto de finalizar, azul claro y de tirantes muy finos. Después tenía un cinturón de tres cuerdas que formaban una trenza, del mismo color de su chaqueta larga rosa. No le veía el calzado, pero debía ser muy fino, porque sus pisadas no se oyeron cuando entró. Lucía se dirigió a Tom y le preguntó:
-¿Este lleva aquí desde que tú has llegado?
-Sí, en cuanto llegué me asusté al verlo así, pensando que estaba muerto o algo… pero no, solo duerme.
Lucía sonrió. Pese a su ligero enfado, él aún conseguía hacerla feliz. Tom cambió de tema.
-¿Aún sigues enfadada por lo de ayer?
Lucía miró al suelo. Su cabeza se llenaba de respuestas, pero ninguna le parecía adecuada. Entonces optó por una, pero no le miró a los ojos.
-¿Tú qué crees?
Entonces Eddie se movió, dando una vuelta por la mesa, aún dormido, y cayó al suelo, o bueno, mejor dicho, cayó al pie de Lucía. Su grito demostraba su dolor:
-¡Auuuuuuuu!
Intento apartarse pero no podía, entonces Tom cogió a Eddie, que ya se iba despertando y lo volvió a subir a la mesa, y cogió a Lucía y la sentó sobre sus rodillas. Le quitó el zapato, sí que era fino, una bailarina rosa con un lacito encima. Cuatro de sus cinco dedos, se salvó el meñique, estaban rojos.
Ella intentaba no llorar, intentaba ser fuerte, pero cuando Tom empezó a tocarla con sus frías manos para intentar aliviarla, un par de lágrimas cayeron de sus preciados ojos. Apoyó su cabeza en el hombro izquierdo de Tom, y sollozaba en un volumen muy bajo. Entonces Tom se fijó en algo que había en el suelo. Era una nota. Se estiró con Lucía todavía en brazos, alargó un brazo y la cogió. En ella decía: “Chicos hoy no podré daros clase. He hablado con el director y hasta las diez y media podéis estar repasando cualquier asignatura.”
Tom pensó que seguramente Eddie la habría tirado sin querer al dormirse. Lucía leyó la nota, y después exclamó:
-Tom dile al director que me llevas el médico. Vamos en mi bicicleta, creo que me he roto algo.
Tom se levantó con Lucía en brazos y se dirigieron al despacho del director. Se lo explicaron todo y él rellenó un permiso por si se lo pedían en el médico, diciendo que él autorizaba la ausencia de Lucía Ramos en clase y su asistencia al médico. Tom guardó el papel en el bolsillo y se llevó a Lucía.
-He venido en bici al colegio.- decía ella- ¿La cogemos y me llevas?
-Claro.
-Yo te diré el camino.
Y así fue. Lucía iba sentada en el sillín con los pies más atrás posible, agarrada a la cintura de Tom, cuál iba con los pies en los pedales, pedaleando, y con las manos en el manillar.
-Ahora gira a la derecha y ya llegamos.
Tras un viaje de diez minutos, la mayoría en liso, por no decir todo el viaje, llegaron al ambulatorio. Entraron dentro y Tom no supo que hacer.
-Vamos a la planta tres, podemos subir en el ascensor.
-Vale, vamos.
Entraron en el ascensor y Tom pulsó el tres. Lucía ya había dejado de llorar, aunque aún le dolía mucho el pie. Se quedaron en silencio, y Tom no aguantaba más.
-Aún no me ha quedado claro si sigues enfadada o no.
Lucía no quiso mirarle.
-Ah, ¿no?
-Pues… no.
Lucía estaba molesta en aquella situación, y no encontraba respuestas.
-¿Tú como estarías si fueses yo?
Tom se lo pensó un rato. Pero el ascensor llegó al tercer piso, y al abrirse las puertas, la conversación pareció terminar.
-Toca la puerta ahí.- Señaló Lucía.
Tom tocó la puerta, y una mujer no muy mayor y poco atractiva abrió la puerta:
-¿Sí?
Tom iba a decir algo pero Lucía se adelantó:
-Necesito que me mire el pie. Se me ha caído un peso de unos sesenta kilos encima, y no sabe lo que me duele…
-Pasen, pasen…
Tom y Lucía entraron, y él la dejó sentada en una de las dos sillas. Él se sentó en la otra silla.
-El peso, ¿qué era? Una piedra, un trozo de madera…
-No, no nada de eso- explicaba Daniela- se me ha caído una persona.
-¿¡Una persona!? Bueno, venga a la camilla que se lo miraré.- Después se dirigió a Tom.- Usted espere aquí.
Tom asintió, y Lucía y la doctora entraron en otra sala, que no tenía puerta, entraron por un hueco ancho y no muy alto. Tom escuchaba.
-Túmbese aquí.
Y oía ruidos del papel de la camilla arrugándose por la estancia de Lucía, entre ligeros “¡Au!” y “¡Ai!”. Después oyó un “vale” de la doctora, y Lucía se puso las bailarinas y ambas salieron.
La doctora se sentó en la silla de su escritorio, cogió un papel y preguntó:
-¿Nombre?
-Lucía Ramos
-Vaya, ¡como lo actriz!
-Sí.- Lucía se sintió halagada- Aunque mi segundo apellido no es el mismo que el suyo…
-¿Cuál es tu segundo apellido?
-Flores.
La doctora lo apuntó todo, mientras decía para sí:
-Lucía Ramos Flores.
Y continuó con las preguntas:
-¿Edad?
-Trece, pero para los catorce no me falta nada.
-¿Grupo sanguíneo?
-Em…- Lucía dudó- Creo que A positivo.
-¿Crees?
-Sí.
-¿No es fijo?
-No.
-Bueno, pues no lo apunto.
Lucía asintió.
-¿Has traído tu tarjeta de sanidad?
-No, pero, ¿no puedes buscarme en el ordenador?
-Claro, pero sabiendo el número es mucho más fácil.
-Sé que empieza por muchos ceros.
-Vale.
Lo de los muchos ceros no era de gran ayuda, o mejor dicho, no servía para nada porque era obvio. La doctora tecleó Lucía Ramos Flores en el ordenador y no tuvo problemas porque solo le aparecieron dos, y una tenía cuarenta y dos años.
-Vale, te he encontrado.
-¿Me vas a decir ya lo que me pasa?
-Claro. Tienes una fisura en los dos primeros dedos del pie. Necesitarás tratamiento, y de mientras llevarás una venda
-¿Y el tratamiento cuándo…?
-Avisaremos a tus padres, pero será pronto, porque además necesitarás revisiones mensuales.
-¿Es muy grave?- intervino Tom.
-No, pero le prestaremos esta muleta, con una es suficiente.
Sacó una muleta de un armario y se la entregó a Lucía. Ella dio las gracias.
-Pues entonces ya le avisaremos, pueden irse.
-Adiós.
-Adiós.
Salieron por la puerta y volvieron en bicicleta. Tuvieron ciertos problemas para llevar la muleta, porque molestaba, pero llegaron sanos y salvos.
Después Lucía regresó a clase, y Tom se fue a su casa, sin decirle a Daniela el por qué verdadero de su retraso, y sin saber si Lucía seguía enfadada.

Capítulo Once.

Cuatro días para la prueba. Tom se despertó como el día anterior, dispuesto a repasar más química en el colegio Zurbarán. Se despertó y encendió la luz de su habitación desde el interruptor situado al lado de la cama, y se quedó tumbado en ella, despierto, mirando al techo. No le apetecía levantarse, aunque estaba acostumbrado a madrugar, por el orfanato. Se quedó pensativo. Daniela. Lucía. Rebeca. Alex. Pensó en Alex. ¿Qué habría sido de él? Recordó su despedida. Alex confesó a Tom que era homosexual, y decidió irse, porque Tom encontró a Daniela, a quien buscaba, pero él todavía tenía que seguir adelante. Entonces entre pensamiento y pensamiento a Tom le entró hambre y decidió levantarse y desayunar.
Tom se vistió y salió de casa calculando llegar antes de las nueve. Para cuando llegó Lucía y el profesor ya habían llegado. Pero de todos modos no llegó tarde. Y aquel día, como en el anterior aprendió mucho. Al final de la clase, cuando el profesor, Mario y Eddie ya se habían ido, Tom se dirigió hacia Lucía:
-Eh, Lucía Ramos.
-¿Qué?
-He perdido tu teléfono.
-Pobrecito, necesitabas mi ayuda y no tenías mi número… anda dame tú el tuyo y ya te llamo yo.
Tom se quedó pensativo.
-¿Qué, no te lo sabes?
-No, no es eso…
-Entonces- Lucía fingió entristecerse.- no me lo quieres dar…
Tom cerró los ojos y suspiró.
-No tengo móvil.
Lucía estalló en una carcajada. Tom la miraba fijamente. Sí que era guapa, sí.
-¡Qué pringao!
Tom también rió.
-Anda tu tranquilo que te lo vuelvo a apuntar, aunque no sé de donde me llamarás…- y escribió su número en un trozo de papel y lo dejó en la mesa. Entonces Tom dijo algo… algo que no tenía que haber dicho:
-Desde el teléfono de Daniela.
La cara de Lucía cambio de repente. Sus ojos parecían más pequeños y su cara más pálida.
-Qui… ¿Quién es Daniela?
Tom se quedó sin respuesta. Lucía lo miraba a los ojos, pero él quiso apartar la mirada.
-Una… una amiga mía.
-Ya…
Daniela cogió su mochila y se fue, dando un leve portazo. Tom seguía mirando al suelo. Alzó la cabeza y vio el número de Lucía, escrito en una nota, y la nota sobre la mesa. La cogió, y la guardo en su cuaderno, entre la portada y una hoja, para que no se moviese y para que Daniela no la viera.
Tom regresó a casa a su hora, y Lucía a clase.
A Lucía le tocaba clase de lengua. En lengua las parejas se cambiaban para hacer todo tipo de trabajos, y Lucía se sentaba al lado de Andrea, una simpática e inteligente chica de su clase. Lucía pensó que, si tan inteligente era para todo, podía ser también buena consejera. De modo que, en un momento en el que la clase hablaba bastante alto y nadie les podía oír, Lucía le preguntó a Andrea:
-Andrea…
-Dime.
-Necesito preguntarte una cosa, y que me aconsejes lo mejor.
-A ver, cuéntame.
-¿Nos podemos enamorar de personas cinco, bueno casi cuatro años mayores que nosotros?
Andrea no se lo pensó mucho y en seguida respondió:
-¡Claro! El amor no entiende de edades, de sexos ni de razas. Además, parezca o no, cuatro años es poco tiempo de diferencia.
-¿Tú crees?
-Sí. Ya verás, tú pregúntales a tus padres, seguro que no son de la misma edad… por ejemplo mi madre tiene tres años más que mi padre, es algo normal. Y si quieres un consejo… yo creo que lo mejor será adivinar si ese chico tiene novia. Si no la tiene, intenta adivinar si le gustas tú, y simplemente lánzate. Y si la tiene… adivina cosas sobre ella e intenta superarla.
-¿Y tú y tu novio, cuántos años os lleváis? Ya seguiré tu consejo.
-Bueno, él es sólo un año mayor que yo.
Lucía sonrió.
-Gracias.
-De nada, para eso están las amigas. Bueno, sigamos con la redacción.
Lucía miró a Andrea. Además de simpática e inteligente era guapísima. Lo tenía todo. Lucía pensó en Tom, y en todo lo ocurrido. Si todo fuera tan fácil para ella…
En cuanto Tom llegó a casa sorprendió a Daniela ensayando unas poses con el temporizador de la cámara activado. Sabía que pasaría la prueba de las tallas, así que ensayaba la de los poses de fotos, aunque sin maquillarse, porque la maquillarían allí.
-Hola Tom.- Daniela cogió la cámara y la apagó.- ¿Qué tal hoy en clase?
-Genial.- Tom sonrió.- Y tú… ¿qué hacías?
-Nada…
-¡Dani que te he visto!
-Ah bueno, estaba ensayando unas poses y haciéndome unas fotos, no es nada…
-¿Me las enseñas?
-¿Cuáles?
-Las fotos, claro.
-Es, es que han quedado un pelín mal…
-Anda, Daniela, enséñamelas…
-Es que salgo… ¡fea!
-¡Cómo vas a salir fea si no eres fea!
Daniela se sonrojó y le dio la cámara a Tom. Él la encendió.
-¿Qué botón hay que tocar para verlas?
-Trae anda.
Daniela le quitó la cámara a Tom y tocó el botón para ver las fotos.
-Se pasan dándole a este.- Señalo Daniela
Tom empezó a ver las fotos. Tenía muchísimas, parecía que llevaba horas posando ante la cámara. Las primeras eran de cuerpo entero. Daniela feliz. Daniela seria. Daniela riendo. Daniela triste. Daniela… simplemente como era ella. Las siguientes eran del cuello hacia arriba. Con el pelo suelto, con coleta, con los ojos muy abiertos o con los ojos entrecerrados, con la boca cerrada o con la boca abierta… Decenas de fotos de Daniela. Y Tom las miraba con un brillo especial en los ojos. ¿De verdad sentía algo por ella? Claro, por supuesto que sí.
Tom terminó de mirarlas y le devolvió la cámara a Daniela. Él aún seguía asombrado por las fotos.
-¿Tan fea he salido?
-¡Qué dices, si son fantásticas!
Daniela volvió a sonreír. Tom la besó disimuladamente y fueron a comer.
Por la tarde Daniela editó las mejores fotos en el ordenador, junto a Tom. Ponía más claridad en sus ojos y más moreno en su rostro. Coloreaba más los labios y hacía que el pelo brillase más. Y entonces sí que quedaba guapísima.
-¿Tom, quieres que imprima alguna foto para ti?
-¡Sí!
-¿Sabes lo que significa imprimir, verdad?
-Claro, claro ya lo hice alguna vez en el orfanato, ¿eh?
Y ambos rieron. Y Daniela imprimió una foto de su cara a tamaño real, es decir, de todo el folio, y se la entregó a Tom. Él la dobló por la mitad de la mitad tras haberla mirado muchas veces, y la guardó en su cartera .

Capítulo Diez.

Tom llegó a casa y Daniela lo recibió con una cara algo triste, o podría ser de enfado. Estaba tirada en el sofá, mientras su abuelo fregaba los platos. Tom se sentó a su lado y le susurró al oído:
-¿Qué te pasa?
-Nada…
Daniela quería evitar responder a esa pregunta, y sin mirar a Tom, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, pero las lágrimas se quedaron tambaleándose en sus ojos.
-Dani…
Tom la miraba fijamente, buscando su mirada. Entonces Daniela lo miró, haciendo que las lágrimas cayeran, pasando por sus mejillas, parándose en la barbilla, queriendo caer pero sin poder. Daniela le entregó una nota y se fue.
A Tom le sonaba esa nota. La desplegó. El número de teléfono de Lucía Ramos. Pero había otra nota. Con otra letra, que le sonaba más aún, la de Daniela. La abrió y la leyó “Tom… ¿qué haces con el número de otra chica? Esto sí que no me lo esperaba para nada. Daniela.”
Tom se quedó boquiabierto, y se dirigió hacia la habitación de Daniela. En el suelo, justo antes de la puerta, había un papel con un bolígrafo. Él lo entendió, cogió el bolígrafo y escribió algo. Algo que duró bastante. Tocó la puerta y metió la nota por debajo. Entonces se sentó al lado de la puerta, esperaría allí la respuesta.
Daniela miró a la puerta y vio la nota. Tenía miedo a leerla. Sabía que Tom había tardado en escribirla, porque lo oyó llegar, y desde que llegó hasta que tocó la puerta… pasó un tiempo. Y tenía miedo de su contenido, porque sabía que era larga. Finalmente la cogió y la leyó, decía así: “Dani… no, no me has entendido. Quiero pedirte perdón porque quizá no te cuento las cosas, las cosas que me pasan fuera… Ese teléfono es de una niña que he conocido en clase que se llama Lucía. Es de primero de la E.S.O., bueno, ha repetido así que de la edad de alguien de segundo. Fue ella la que me dijo lo de la profesora, es solo una niña. Y te preguntarás porque tengo su número de teléfono… pues porque ella me dijo que cuando quisiera, la llamase, para que le contase más cosas que pasaban sobre la profesora, o para cualquier cosa. Era una niña muy maja, por eso tengo su teléfono, supongo. Si quieres no le llamo nunca, y tira su número si te apetece, pero por favor, perdóname. Si quieres perdonarme, abre la puerta, he bajado pero he vuelto a subir. Estoy enfrente… tú decides.”
Daniela se sentía extraña. Sentía como si le ardiesen los ojos, como si no tuviera lágrimas pero quisiera llorar. Le picaban un poco y se los frotó, haciendo que le quedasen más rojos, de manera que parecía que había llorado de verdad. Entonces se levantó, y dejó la nota en la mesilla. Quizá sería por el agobio del momento, pero sentía algo de mareo, y poca estabilidad al caminar. Llegó hasta la puerta y puso su mano en el mango. Entonces se lo pensó, una y otra vez. Giró el mango redondo y dejó la puerta abierta, pero apoyada a su marco, y volvió a su cama, y se tumbó.
Tom vio la puerta abierta. Él estaba sentado en el suelo, pero decidió levantarse, para volver a intentar que Daniela le perdonara. Se puso de pie, y abrió la puerta, lentamente. Ella estaba prácticamente en la penumbra, con la persiana de la única ventana medio bajada y la luz apagada. Él se acercó en tinieblas y llegó a la cama. Se sentó, y buscó su cara. Estaba mirando hacia la pared contraria a la posición de Tom. Él empezó a acariciar su pelo, suavemente. Entonces ella movió la cabeza y lo miró a los ojos.
-¿Me perdonas?- preguntó Tom
Daniela se lo pensó durante un rato, aunque la respuesta la tenía más que clara:
-Claro que sí.
Tom sonrió, y ella también.
-Bueno, me voy, no vaya a ser que venga tu abuelo.
-Vale.
Tom se fue, más animado y algo más contento hacia su habitación. Se tumbó en la cama. Pensó en Lucía… si Tom no la hubiese conocido, en aquel momento no acabaría de perdonar a Daniela. Si no la hubiera conocido no habría descubierto a la actriz Lucía Ramos. Si no la hubiese conocido… no estaría en los cursillos para química, porque probablemente se habría dejado besar. O quizá tampoco estaría en el Zurbarán, porque el beso lo aterrorizó y decidió irse, todo probablemente.
Mientras Tom pensaba y daba vueltas a su cabeza, el teléfono de Daniela empezó a sonar. Sonaba desde el salón. De repente el tono de llamada paró y Daniela cogió la llamada:
-¿Sí?
-Perdone, ¿es usted Daniela Watt?
-Sí, soy yo, ¿Qué desean?
-Llamábamos para comunicarle que ya tenemos el resultado de su examen recuperado. Ha aprobado.
-¿Enserio?- Daniela estaba alucinada y feliz a la vez- ¡Qué bien!
-Sí, bueno, es que no ha aprobado solamente, sino que ha sacado la mayor nota… tiene un nueve coma seis.
-¡Genial!
-No podrá obtener la beca este año, ya se lo comunicamos, si no me equivoco.
-Sí.
-Bueno, le vamos a enviar una copia de su examen corregido por e-mail, no hace falta que venga a verlo.
-¡Perfecto! Pues… ¡gracias!
-A usted, Daniela, adiós.
-Adiós.
Para cuando Daniela colgó el teléfono, su abuelo y Tom ya estaban asomados, y ella fue la primera en hablar:
-¡He aprobado!
Y, para no levantar sospechas, se dirigió hacia su abuelo y lo abrazó.
-Genial, cariño.
-Qué bien, Daniela.- sonrió Tom.
Su abuelo volvió a la cocina y entonces Tom besó a Daniela. Ambos se sentaron en el sofá a ver la tele, y el abuelo se fue a visitar a unos amigos.
Tom y Daniela charlaban tranquilamente, cuando el móvil de Daniela volvió a sonar. Ella cogió la llamada rápidamente:
-¿Sí?
-Hola, buenos días, venimos de la agencia “Model Xpress”. Tenemos paparazzi que trabajan para nosotros, y que hacen fotos buscando a nuevos talentos por la calle. Te hemos descubierto y nos gustaría hacerte una prueba, en Madrid. ¿Está usted interesada? Le enviaremos un e-mail con la fecha y la dirección exacta.
-Pues, la verdad es que puede que asista.
-Bueno, usted lea el e-mail, que se lo enviaremos ahora, y entonces piénseselo y responda al e-mail. Pero recuerde que esto quizá sea una oportunidad única.
-Y… ¿qué tendré que hacer en la prueba?
-Toda la información estará en el e-mail.
-Pues… ¡gracias!
-A usted, bellísima.
-Adiós.
-Hasta pronto.
Daniela colgó y se quedó pensativa.
-¿Quién era?
-Me han ofrecido una prueba de modelos aquí, en Madrid. Me enviarán un e-mail con la dirección y todo lo demás. No sé si ir…
-¡Claro que tienes que ir!
-Pero, es que yo no sé nada de modelos ni nada…
-Para eso no hace falta saber nada… solo hay que ser guapa.- Tom le guiñó un ojo a Daniela. Ella rió.
-Bueno pues… si me acompañas, voy.
-¡Claro que te acompaño!
-Pues entonces, ya veremos.
Tom fingió enfadarse:
-¿Ya veremos? ¡Has dicho que sí yo te acompañaba, ibas!
-Bueno, primero leeré el e-mail-
-Bueno, vale…
Entonces leyeron el e-mail, y a Daniela le quedó todo claro. Ella tenía que ir sin maquillaje, y vestida como quisiera. Ya allí, le probarían prendas de ropa de tres tallas. Si a ella le valían alguna de las dos más pequeñas, seguiría adelante con la prueba. El segundo paso sería dejarse maquillar y hacerse tres fotos, posando de tres formas que ya les dirían. Si las fotos les convencían, irían a la tercera y última fase de la prueba: desfilar. Los jefes de la prueba recomendaban ensayar el desfile.
Finalmente Daniela decidió asistir. Lo malo era que para la prueba sólo quedaban cinco días. Comenzaba la cuenta atrás.

Capítulo Nueve.

Tom volvió a madrugar a la mañana siguiente, pero no despertó a Daniela, tal y como acordaron la noche anterior. Tom estaba algo nervioso, aunque se intentaba tranquilizar. Su miedo no era perder el trabajo, porque Lucía le dijo que podía ocurrir, su miedo era la información que le podía haber dado Rebeca al director.
Llegó antes de la hora prevista para profesores, y el director lo recibió:
-Tom, quería hablar contigo.
Tom asintió y siguió al director.
-Rebeca me ha dicho como tu nivel no es apropiado para la E.S.O. Entonces, como tú pides poco dinero y la escuela no está para regalar dinero a nadie, no voy a despedirte, bueno, eso lo tengo claro, pienso que por mucho que tu nivel no sea muy alto, puedes sustituir a Rebeca y dar clase a los alumnos de primero de la E.S.O., son veinticinco, pero solo hay una clase.
-Pero, si no tengo en el nivel…
-Tranquilo, empezarás a trabajar el mes que viene, tendrás un mes para ir a unas clases adicionales de química que ofrece el ayuntamiento a cada colegio de la comunidad. El cursillo tiene dos horas posibles: de lunes a viernes de 9 a 10 y media de la mañana, o de lunes a jueves de 5 a 6 y media de la tarde y el sábado de 10 a 11 y media de la mañana. Esas son las dos opciones posibles.
-Escojo la primera.
-Muy bien, irás tú junto a alumnos repetidores de primero de la E.S.O.
-¿Y quiénes son?
-Bueno, no sé si los conocerás, son dos: Eddie Vegas y Mario Vegas, son primos y siguen el mismo ejemplo desastroso de sus padres.
Tom se quedó algo decepcionado, por un momento creyó que podría ir Lucía con él.
-Ah, y olvidaba –dijo el director- a Lucía Ramos. No comprendo por qué repitió… es encantadora.
-Sí, yo tampoco lo comprendo.
-¿La conoces?
-Sí, bueno, solo hablé con ella ayer, pero me pareció simpática, y sobre todo encantadora.
-Muy bien, pues tieness media hora hasta las nueve, puede ir al salón de actos, donde será la clase, y repasar.
-¿Repasar?
-Ah, perdona, que olvidadizo soy, aquí tienes el cuadernillo. –el director entregó a Tom un cuaderno con anillas extrañas, en blanco y negro.
-Gracias, señor.
-De nada, Tom.
El director pensaba que Tom era un buen hombre. Un muy buen hombre. Y no se equivocaba, no. Tom fue al salón de actos. Le pareció enorme, era enorme. No sabía dónde sentarse, pero de repente vio una mesa con un letrero en el que ponía: “C.A. Química” Tom comprendió que “C.A.” significaba clases adicionales. Él era verdaderamente inteligente.
Hojeaba el cuadernillo. El primer tema era fácil. El segundo era el que oyó explicar a Rebeca al día anterior, y también le pareció fácil. En el cuadernillo sólo había teoría y ejercicios que venían ya hechos. Las prácticas las hacían a parte en folios.
A las nueve en punto, en cuanto sonó la sirena, alguien abrió la puerta muy fuertemente, la cerró con un portazo y corrió hacia la mesa. Desde la mesa no se veía la puerta, unas estanterías la eclipsaban. La persona llegó a la mesa. Lucía Ramos. No la actriz, Lucía, la encantadora niña de…
-Lucía, ¿cuántos años tienes?
-Eh, tú, ¿primero me podrías decir hola al menos no? Tengo trece pero haré catorce muy pronto.
-Ah, pues HOLA- Tom rió y Lucía le siguió.
Pues, como iba diciendo, no la actriz, Lucía, la encantadora niña de trece años pero catorce pronto.
-¿Me vas a dar tú la clase del ayuntamiento hoy?- preguntó Lucía.
-Sí, claro… -Tom irónico- No, yo vengo como tú.
-¿Vienes a aprender?- Lucía río- Por favor…
-Eh, que tengo dieciocho, solo cuatro cinco casi cuatro menos.
-Bueno, cuatro es poco, pero aun así…
Y ambos rieron.
-¡Ah!- exclamó Lucía- Te he traído una cosa, aunque no sabía si ibas a venir fijo, pero bueno.- Lucía entregó una foto de una chica guapísima, morena y con los ojos verdes preciosos.
-Pero… ¿esta quién es?
-¡Quién va a ser! ¡Lucía Ramos! Pero la actriz, ¡eh!
-¡Qué guapa es!
-Ya te digo… ¡Yo de mayor seré como ella!
Tom rió y pensó que tampoco lo tendría tan difícil.
De repente alguien entró.
-¿Quién será?- preguntó Tom a Lucía.
-El profesor. Mario y Eddie siempre llegan tarde. Son muy pasotes. Yo aunque haya repetido soy responsable e intento estudiar, pero creo que mi carrera es más importante.
Entonces un hombre se puso enfrente de la mesa, apoyó su maleta en el suelo, y dijo:
-Buenos días, Lucía. Hola, Tom, soy Dennis, ya me han dicho que a ti también te daré clase.
Dennis transmitió confianza a Tom desde el primer momento, y viceversa.
-Bueno, vamos a comenzar con la clase, Eddie y Mario vendrán tarde les esperemos o no, así que…
Lucía sacó el cuadernillo de su mochila. Tenía una mochila de tela blanca, con círculos de varios colores. Tenía dos cremalleras, una rosa y la otra azul. La azul era la grande y de ella colgaba un corazón rosa, en el que, con letras blancas ponía su nombre.
-Muy bien, Tom, ya llevamos el tema uno y el tema dos. Son muy simples, y como ahora toca el repaso de ambos temas, leeréis la teoría y haréis los tres ejercicios de la pizarra, sin mirar los ejemplos, por supuesto.
Y así fue. Eddie llegó unos diez minutos después, pero Mario llego tardísimo, y estuvo unos veinte minutos en clase. Lucía hizo los ejercicios perfectamente, y Tom también, gracias a la clase de prácticas del día anterior. Eddie solo hizo un ejercicio para cuando empezaron a corregir, porque no le dio tiempo, pero de todos modos estaba desastroso
Para cuando Mario llegó ya habían empezado con el tercer tema. Tom hacía muchas preguntas y Lucía parecía prestar atención. Parecía. O quizá no escuchaba las preguntas de Tom, y sólo lo miraba para desgastarlo, como quien dice…
Cuando la clase terminó, Tom tenía que irse a casa, y Lucía, Eddie y Mario tenían que ir a recreo. Aunque quizá Mario estuviese castigado. Tom saludó a Lucía y se despidieron.