Cuatro de septiembre. Parecía un buen día, pese a las nubes grises que ya se iban hacia el oeste.
Daniela se despertó sobre las nueve de la mañana. Se dio una ducha, se puso el albornoz, y fue a despertar a Tom. Tocó la puerta de su habitación ligeramente, y oyó un ligero movimiento dentro.
-Tom… levántate, anda, vamos a desayunar.
Tom se levantó, miró la hora, suspiró, se puso la camisa del día anterior y salió. Bostezó según abrió la puerta y se sentó en la mesa. Daniela se acercó a él.
-¿No te importará si me visto así para desayunar, verdad?- preguntó Tom.
-No.- respondió Daniela, con una ligera sonrisa.
Entonces llegó el abuelo con dos desayunos y los posó en la mesa.
-Yo me voy, chicos.- dijo- No vuelvo hasta mañana, me quedo en casa de un hermano, en el pueblo de al lado. Por ahí tenéis comida, si no, pedir comida a domicilio.
-Adiós, abuelo.
-Adiós.- exclamó Tom.
El abuelo se despidió y salió por la puerta. Daniela miró a Tom con una sonrisa pícara:
-¡Esta noche va a ser nuestra noche!
-¿Qué quieres decir con eso?
-Lo tengo todo, o casi todo, planeado, mira: por la tarde alquilamos un par de películas en el videoclub, estoy segura de que, con lo poco que has visto la tele en tu vida, nunca habrás visto una película. Cogemos dos por si acaso. Después pedimos hamburguesas para comer a domicilio. Las películas las vemos mientras cenamos y después de cenar. Cuando terminemos con las películas, si nos apetece, podemos salir a la terraza, poner la música bajita y bailar un rato…
-¡Cómo te lo planeas! Me parece genial…
Ambos se dirigieron una mirada cariñosa y una sonrisa, que valí mucho, muchísimo más que mil palabras.
-Cuando acabemos de desayunar, vístete con la ropa más elegante que tengas, si quieres te la elijo yo, y después, vamos a buscarte un trabajo.
-¡Perfecto!
Terminaron de desayunar y Daniela le eligió a Tom una ropa elegantemente pensada para causar buena impresión y Daniela también se vistió elegante.
-Aunque sea domingo, -explicó Daniela- la agencia de trabajos “oportunidades para todos” abre, aunque sólo por la mañana.
A las once ya estaban perfectamente preparados para marcharse.
-Puede que te hagan entrevistas, Tom, así que no te pongas nervioso, y sé tú mismo.
-Vale, vale.
-Vamos en moto, que no me apetece andar.
Daniela se sentó en el asiento del conductor y Tom detrás de ella. Él estaba agarrado a la cintura de Daniela, para no caerse. Daniela encendió el motor, pisó el pedal, y comenzó a conducir. A los diez minutos ya tenían la moto aparcada en los aparcamientos enfrente de la agencia de trabajos.
Tocaron el timbre de la puerta principal y entraron.
-Hola,- les saludó un hombre, sentado en una mesa al lado de un pequeño ordenador.- ¿qué desean?
-Venimos buscando trabajo para él, -explicaba Daniela.
-¿Tienes carrera?
-No.
-¿Qué has estudiado?
-Ciencias. Matemáticas, física y química.
-Vale.- el hombre tecleó algo en el ordenador.
Tom sólo había visto un ordenador una vez, un año atrás, cuando les explicaban algo sobre matemáticos famosos.
-Te han salido seis ofertas de trabajo en las que podrías empezar a trabajar ya mismo, y ochenta y un ofertas de trabajo en las que, para trabajar, tendrías que esperar.
-Enséñenos esas seis, por favor.- pidió Daniela.
-Bien…- comenzó el hombre- tienen: tres de profesor de matemáticas, ayudante de laboratorio, profesor de ayuda de química y profesor de ayuda de física. ¿Cuál le parece más apropiada para usted, señor?
-Me quedo con la de profesor de ayuda de química.
-Vale, ahora tiene que rellenar este formulario, y en menos de cuatro días sabrá la respuesta de la persona que ha ofrecido este trabajo, es decir: lo que tendrá que hacer, el dinero que recibirá por ello… esas cosas, ya entiende.
El hombre le entregó a Tom un papel con un formulario para rellenar, no muy largo, de seis preguntas. Tom las respondió hábilmente y al final, abajo del todo, firmó con su nombre y un ligero garabato.
-Muchas gracias, le haremos llegar su respuesta, pero necesitamos un número de teléfono.
-Ya le doy yo el mío,- intervino Daniela.
Y el hombre apuntó el número de teléfono de Daniela.
Al salir, se montaron rápidamente en la moto, y volvieron, en menos tiempo del que habían llegado.
Al entrar a la casa, Tom rompió el silencio.
-¿Qué rápido hemos terminado, no?
-Sí, me encanta esa agencia, siempre hay oportunidades.
-¿Me enseñas tu móvil?
-Claro.
Daniela le dejó su Samsung Galaxy s 2. Tom lo miraba asombrado. Tocó un botón y la pantalla se encendió. De fondo de pantalla tenía una foto de una niña pequeña con su madre.
-¿Quienes son estas?
-Mi madre y yo.
Tom le devolvió el móvil.
-Toma, es precioso. Espero tener uno como ese pronto.
-Tom, ¿Sabes cuándo es tu cumpleaños?
-Sí, es el diecisiete de enero. Es una de las muchas fechas que tengo memorizadas en la cabeza.
-¿A qué te refieres?
-Me acuerdo de mi cumpleaños, del día en el que mis padres murieron, del día en el que empecé a estar en el orfanato, el primer día que me castigaron en el orfanato…
-¿Y ese día cual fue?
-¡El primer día en el que entré!
Y se empezaron a reír. No a carcajadas, pero reían, se sentían felices. Se sentaron en el sofá a ver la televisión. Era un programa de estos del corazón, en el que aparece gente contando su vida, contando a quién perdió y a quién quiere recuperar, y al final lo recupera, entre llantos, posiblemente falsos, y aplausos del público.
Una señora que quería recuperar a su marido, decía que él no paraba de preguntarle cosas como “¿Tú me quieres?” o “¿Te sigo gustando?” Entonces Daniela apoyó su cabeza en el hombro de Tom y le preguntó:
-Tom…
-¿Sí?
-¿Tú me quieres?
Tom se quedó perplejo, no se esperaba esa pregunta para nada. Dirigió su mirada hacia Daniela. Esperaba la respuesta con sus ojos azules brillando, que miraban hacia él y su boca entreabierta, ni triste ni feliz.
Entonces Tom encontró la respuesta más eficaz a su pegunta. No quería admitirlo, no quería admitir para nada que Daniela le gustaba, que Daniela le encantaba, que era perfecta para él… Entonces se acercó a ella y la besó.Daniela se dejó, se dejó llevar por el dulce significado de ese beso. Ese beso duradero, ese beso que fue más que un beso, ese beso en el que compartieron algo más que el amor, ese beso… que lo significaba todo.
Después de aquel enigmático beso, siguieron viendo la tele, pero sin prestar ni un poco de atención. Ambos pensaban en lo mismo, pero lo hacían sin hablar. Pensaban en el otro, en lo que le querían, en lo especial que era para ellos, en el poco tiempo que lo habían conocido…
Poco después, se fueron a comer, y planearon como sería la tarde: saldrían a buscar las películas alrededor de las cinco. Tomarían algo por ahí y después estarían en casa. Luego cenarían, verían las películas… y después lo que surgiera.
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