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24 ago 2011

Capítulo Dieciocho.

Día de la prueba por la noche. Lucía ya estaba en su casa, cenando para ser exactos. Daba muchas vueltas al tenedor para pinchar un simple trozo de salchicha. No hablaba con sus padres, ni siquiera los miraba. Le entraban ganas de llorar cada vez que pensaba en el rodaje. No es normal que te convoquen a un rodaje de repente. No es normal, es espectacular, el momento perfecto para triunfar y empezar una carrera artística. Y Lucía se estaba quedando sin oportunidades.
Tom y Daniela cenaban tranquilamente. El abuelo estaba en su habitación porque ya había cenado. Ellos hablaban:
-Entonces este fin de semana nos vamos a Roma, eh Tom.
-¡Claro! Pero ¿te pagan ellos el viaje?
-Sí, el viaje y la estancia, yo sólo pongo treinta euros, ya los he puesto.
-¡Pues menuda oportunidad!
-Ya te digo, eso me cambiará la vida…
Daniela ya se estaba imaginando, su imagen en las revistas más famosas, su cuerpo vestido con las ropas de los diseñadores más famosos, desfilando por todo el mundo…
Tom en cambio temía la muerte de Daniela. Sabía que sería pronto pero aún no se lo creía. Su vida acababa de cambiar a bien, por lo tanto su corazón no sufriría, todo lo contrario, se tendría que alegrar. Él todavía confiaba en ello.
Lucía terminó de cenar y se fue a su cuarto. Preparó la mochila del día siguiente. Se sentó en la cama y encendió la lámpara de noche, y apagó la luz de su habitación desde el interruptor de encima de su mesilla. Del cajón de la mesilla sacó un libro. Un diario, para ser exactos. No escribía en él las cosas de todos los días, escribía simplemente cosas curiosas que le pasaban, pegaba fotos que se encontraba, recortes de periódico, y hasta envoltorios de caramelos deliciosos.
Abrió el diario por la mitad. Pasó algunas hojas hacia atrás. Ahí estaba. “Actrices” era el título. Tenía muchísimas fotos con frases explicativas de sus actrices favoritas en distintos momentos de películas y series. Pasaba las hojas, miraba todas las fotos y leía todas las frases. Decenas de fotos de actrices que ella adoraba. Entonces de sus ojos empezaron a caer ácidas lágrimas… Y pensar que ella tuvo la oportunidad de que su foto estuviese en su propio diario… Decidió guardarlo y apagó la luz. No durmió mucho, tampoco merecía la pena, su vida era una mierda, o al menos según ella.
Tom y Daniela se fueron a dormir sobre las once. A Daniela no le costó nada dormir. Todo en su vida le parecía perfecto, aunque ella no sabía que la perfección es pasajera. Por otro lado Tom no conseguía conciliar el sueño. Se figuraba en su cabeza imágenes de momentos futuros, demasiado duros para él. Le hacía falta hablar con Lucía y contarle lo que pasaba. Necesitaba a alguien que fuera todo oídos para él, porque estaba en un momento muy triste de su vida.
Al día siguiente, Lucía se despertó como siempre y se levantó de la cama. Deseaba que su fisura se curase pronto, aunque, según el médico, en menos de una semana estaría curada, gracias a que Lucía no pisaba con ese pie y lo cuidaba bien.
Se dirigió a la cocina. Su madre aún no se había levantado. Normalmente solía estar despierta para cuando Lucía se despertara, y le preparaba el desayuno. Entonces Lucía cogió la leche del frigorífico y se echó menos de medio vaso. Se la calentó 20 segundos en el microondas y se la bebió de golpe. “Qué asco” pensó “Y fíjate que dicen que el desayuno es la comida más importante del día…” Después cogió un bollo de azúcar y se lo metió en la boca. Masticó mucho y se lo tragó haciendo un gran esfuerzo. Luego fue a su habitación a vestirse.
Tom se levantó antes de lo normal. Y además durmió poquísimo, porque temía lo peor. Se levantó de la cama y subió las escaleras hacia la habitación de Daniela corriendo. Corriendo en calcetines, para no hacer ruido. Abrió la puerta y la dejó apoyada a sus espaldas. Se acercó hacia Daniela con unos nervios impresionantes en el estómago. No recordaba haber sentido aquel sentimiento jamás. Se acercó a ella, estaba boca arriba. La miró. Puso un dedo suyo en la nariz de ella, buscando un poco de aire, una respiración. Por la nariz no respiraba. Lo puso en la boca… no podía ser. Su boca estaba cerrada. Tom se puso todavía más nervioso. Le temblaban las manos. Destapó a Daniela y puso su mano en el corazón de ella. Dios mío. No, no latía. Le puso un dedo entre el cuello y la cabeza, para ver si tenía pulso. Entonces cayó sentado hacia atrás. Con los ojos abiertos y la mano extendida. Y sintió morirse. Daniela… había fallecido.
Y ese era uno de esos momentos en tu vida, en los que crees que has nacido para sentir dolor. En los que crees que no pintas nada en el mundo, que naciste por error, un error tan grave que te castiga para siempre. En los que piensas que la felicidad es para los ricos, y tú te crees el más pobre de los infelices. En los que piensas que si pudieras volver atrás serías la persona más feliz del mundo. En los que piensas que ni pensar tiene sentido ya. Que todo se ha acabado, y si se ha acabado es por algo, pero ese algo no tiene sentido, tú no le encuentras ningún sentido. Entonces ya no entiendes nada, tu cerebro se vuelve loco, empieza a recordar todos esos momentos, todos los momentos con ella, sus explicaciones y su forma de hablar, sus besos y sus abrazos, sus aprobados y sus alegrías, su valor para no rendirse y aceptar la realidad, su don, que era el de ser modelo, su oportunidad para seguir adelante… y ahora ella ha muerto. Pero crees que la única víctima eres tú, porque ella no ha sentido el dolor, el dolor te está atrapando a ti, el dolor está en tu corazón, está encima de todos los recuerdos bonitos de tu vida vividos con ella.
El dolor quiere que todos esos recuerdos no se borren nunca, el dolor quiere que te reboten en la cara cada vez que leas su nombre, el dolor quiere que sufras por ella, pero no te lo mereces, ella tampoco se merecía este triste final… Daniela.
Entonces lloras, quizá nunca en tu vida hayas llorado así, gritas, sollozas, y de tus ojos salen lágrimas finas, caen rápidamente de tus ojos, dejando paso a las siguientes, y así sucesivamente. Y gritas, pero no gritas palabras, solo lloras, solo demuestras tu dolor ante el mundo, un dolor que quiere salir pero que se ha quedado atrapado, atrapado para siempre. Y te llenas de preguntas “¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Cuál es la razón lógica si es que la hay?” Y vuelves a gritar, intentas desahogarte pero no te sirve de nada. Crees que estás quemado por dentro, que te vuelves pequeño en ese mundo lleno de desgracias…
Y de repente llega alguien que te intenta calmar, “tranquilo”, te dice “¿qué te pasa?”… y tú no puedes, tú no sabes responder, tu boca no se mueve, sólo grita, sólo llora, sólo intenta demostrar que no se puede desahogar, sólo intenta demostrar que el dolor se ha quedado pegado, pegado para siempre…
El abuelo llegó corriendo y se encontró a Tom llorando, en el suelo.
-¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado?
Entonces el abuelo miró a Daniela. Pálida y sin respirar, probablemente muerta desde varias horas antes. El abuelo se ocupó de todo, de llamar a la policía, de llamar a Model Xpress, de que el cadáver fuese enterrado sin que se hiciera un funeral, como pidió ella.

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