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24 ago 2011

Capítulo Ocho.

Los días siguientes fueron bien. Daniela y Tom salían casi todas las noches. El abuelo no sospechaba nada, aunque de todos modos a Tom y a Daniela empezó a no importarles nada lo demás, que no fuesen ellos. Pero llegó el día en el que Tom empezaba a trabajar. Daniela y Tom madrugaron, aunque el abuelo ya se había ido cuando ellos despertaron, porque se fue a andar al monte, como muchos lunes. Daniela le explicó a Tom que tendría que vestirse elegantemente, y él encontró la ropa apropiada. Tom prefirió ir solo y Daniela no lo acompañó.
-Pues… ¡que te vaya bien! ¿Vienes a comer?
-La verdad es que no lo sé… Supongo que no, me dijeron que posiblemente tuviera la primera reunión hoy al mediodía… No me prepares nada, si vengo ya haremos algo rápido.
-Vale.
Daniela se acercó a él y lo besó.
-¡Te quiero!- le dijo Tom.
-Y yo, ¡adiós!
Daniela se quedó algo preocupada y tenía una sensación algo extraña en el cuerpo. Intentó dejar de pensar en eso.
Tom llegó puntual al colegio, a la clase que le habían dicho, y tocó la puerta. Una chica rubia, unos 12 años mayor que él, de ojos verdes, y atractiva seguramente para hombres treintañeros, abrió la puerta.
-¿Es usted Rebeca?- preguntó Tom
-Sí, pasa Tom, no hace falta que me trates de usted.
Tom sonrió y suspiró, más tranquilo e inseguro.
-Los niños llegarán dentro de media hora. Por el momento lo único que harás será mirar, voy a dar cuatro clases, dos y dos, con un recreo de por medio. Al mediodía haremos la reunión tú y yo en la sala de profesores, podrás coger un bocadillo en la cafetería.
-Vaya… pero he olvidado el dinero.
-¿Quién ha hablado de dinero? ¡Para los profesores los bocadillos son gratis!
Tom volvió a suspirar.
-Te voy a poner una silla en esa esquina – Rebeca cogió una silla que tenía apartada y la puso en la esquina- veo que ya tienes bolígrafo y papel para apuntar las cosas… pues eso te sentarás aquí y me verás. Después en el recreo puedes salir a tomar el aire.
-Entiendo…
Y rebeca fue explicándole a Tom como iba todo, los horarios, las clases, las reuniones con los padres y las madres, las reglas, las expulsiones… todo. Y llegó la hora de que los alumnos vinieran.
La primera clase era de chavales de tercero de la E.S.O. Tom escribía en su cuaderno sin parar. Letras, frases, explicaciones, dibujos, ejemplos… cualquier cosa que le valiese para recordar el significado de cada cosa que Rebeca explicaba. La clase se le hizo larga y pensó que aquellos niños, quizá no tan niños, aprendían demasiado en un solo día. Al oír que la segunda clase era de alumnos de primero, se tranquilizó bastante.
-¿Qué tal todo?- le preguntó Rebeca a Tom en el cambio de clases.
-Uf…-suspiró Tom. – bastante agobiado, la verdad.
Rebeca miró a Tom y vio como él apartaba la mirada, medio avergonzado, quizá. Y entonces ella lo miraba fijamente. Sus ojos, sus labios, su cara, su pelo, su cuerpo, sus brazos… Y de repente la alarma sonó y todos los alumnos de primero de la E.S.O. se sentaron en sus sillas.
Tom volvió a su sitio, con su cuaderno y su bolígrafo y escuchó la clase. Al principio todo le parecía ciertamente difícil, pero al final se dio cuenta de que su nivel estaba justo debajo del de primero de la E.S.O., es decir, su nivel era de niños de quinto y sexto de primaria. Aquella clase le pareció mucho más corta que la otra. Cuando ya solo quedaban unos niños por salir al recreo, Rebeca le dijo a Tom que la esperase ahí, porque ella iba al baño. Entonces, cuando Rebeca salió por la puerta de la clase, una niña bastante alta, la cual parecía haber repetido porque parecía mayor, de ojos azules y pelo castaño, se acercó a Tom y le susurró:
-¿Sabías que a la Rebeca “cabezahueca” le molas?
Tom se sorprendió:
-¿Qué?
La niña meneó la cabeza.
-Hola, soy Lucía –rió- llevo con esta profesora desde primero de primaria hasta aquí, bueno, y un año más porque he repetido primero de la E.S.O., así que, me conozco todos y cada uno de sus gestos y miradas.
Tom rió.
-Y entonces te aseguro que le molas.
-¿Que le molo?
-Que le gustas…- Lucía volvió a menear la cabeza.- Y bueno… una vez tuvimos un profesor como tú, de ayuda, y lo besó el primer día.
Tom se quedó boquiabierto.
-Sí, sé que es extraordinario y asqueroso…-Lucía puso una cara extraña- Por eso, y porque parece que le gustas, te recomiendo que tengas cuidado.
-Vale, tranquila…
-Ah, ¡se me olvidaba! Cuando la “cabezahueca” besó al otro profesor, él, que era muy gracioso, le dijo: “Hueles a colonia de chico, ¿tienes novio y me estás estafando o eres un tío…? Cuando nos lo contó, porque nos lo contó él, estallamos a reír. Lo malo es que lo despidieron. La Rebeca se inventó no sé qué de que no tenía buen nivel y lo echaron. Bueno, me voy ya, así que ya sabes la frase, ¿de acuerdo?
-Claro, claro- reía.
Y Lucía se fue, tan simpáticamente como había llegado hacia él. Era una niña bastante guapa, la verdad, y muy simpática. Rebeca volvió unos diez segundos después de que Lucía se fuera.
-Tom… he visto tu nivel, y creo que no es suficiente, pero como no quiero que te vayas, quiero decir, como me has caído bien, pues no me importaría ayudarte, ¿vamos a la biblioteca?
Tom quiso rechazarla, pero pensó en Lucía, sí, lo haría por ella.
Ambos se dirigieron hacia la biblioteca. Había dos partes, la de alumnos y la de profesores, separadas por baldas y estanterías, que hacían muy poco visible lo que estaba al otro lado. La zona de profesores estaba completamente vacía y Rebeca se dirigió hacia la mesa del fondo. Tom la siguió y se sentaron en las sillas.
Rebeca empezó a explicarle a Tom las cosas más simples, es decir, las bases de la química. Lo más simple y lo más fácil de aprender. Su forma de enseñar no le gustaba nada a Tom. Repetía lo mismo mil veces, pero de formas distintas, como si quisiera hacer bulto y hablar más. Entonces Tom la detuvo:
-Vale, esto lo he entendido, ¿podemos pasar a otro tema? Ya que hemos hecho veinte ejercicios y sólo he fallado en uno teórico…
-Claro.- Rebeca le guiñó el ojo y Tom le mostró una sonrisa falsa. Cuando Rebeca dejó de mirarle, Tom puso una cara rara, y se oyó una ligera risa desde la zona de los alumnos. Rebeca pareció no haberla oído, pero Tom miró, ya que el sonido venía de enfrente de él y vio a Lucía espiando, con un libro muy gordo en la mano, como forma de disimular. Tom le guiñó el ojo y ella sonrió, y después siguió atendiendo a Rebeca.
Se notaba que las cosas que le estaba enseñando después eran bastante más difíciles y completas, y hubo una que Tom no lograba entender. Y ahí estaba el problema. Rebeca se lo explicaba una y otra vez, pero al ser de la misma manera, él no comprendía nada.
-Lo siento Rebeca, pero si me lo explicas de esa manera, yo no, no lo entiendo…
Entonces Rebeca cambió la cara, su marido hubiese dicho que estaba más “sexy” pero a Tom no le parecía nada de eso, en absoluto. Rebeca se acercó a Tom y le susurró al oído:
-No hace falta que lo entiendas…
Tom miró a Lucía buscando una ayuda. Ella hizo un gesto de tranquilidad, y él intentó no preocuparse demasiado. Entonces Rebeca se acercó aún más a Tom y lo besó. Él se apartó corriendo, y antes de dejarle hablar a Rebeca, dijo:
- Hueles a colonia de chico, ¿tienes novio y me estás estafando o eres un tío…?
Entonces Rebeca lo miró con cara asesina, y decidió irse, pero Tom fue más rápido y salió de allí. Fue a la clase y cogió su chaqueta. Al salir se cruzó con Rebeca, y exclamó:
-No volveré hasta mañana a ver si se te ha pasado el enfado, ¿vale?- Tom se fue riéndose, cruzó todos los pasillos y en cuanto iba a salir por la puerta una voz lo detuvo:
-Eh, tú, ¡espera!
Tom se giró y vio a Lucía. Ella corrió hacia él y lo abrazó.
-¡Eres mi héroe! –reía. Paró de abrazarle.- seguramente te despedirá, así que te he dejo mi número, ¡llámame y te contaré todo de lo que me entere!- seguía riendo y le entregó una nota- ¡Adiós!- Y Lucía se fue corriendo, por si llegaba tarde a la próxima clase, sí seguramente no llegaría a tiempo. Tom leyó la nota: “Este es mi número jaja: 688.801.659 Y por si te olvidas, soy Lucía. Ah, mi apellido es Ramos jajaja como la súper actriz de la tele jaja besos.”
Tom estaba algo sorprendido. Salió de la escuela y se dirigió hacia su casa. Llegó a casa a las doce en punto y Daniela se sorprendió.
-¡Pero tú que pronto llegas!
Tom le contó todo a Daniela, con miedo a su repuesta, pero ella empezó a reír como nunca, y Tom le siguió, feliz de no haberla decepcionado.

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