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24 ago 2011

Capítulo Doce

Tres días para la prueba. Era viernes, ya último día de la semana y último día en la escuela, hasta el lunes, para Tom. Cuando llegó a la clase estaba Eddie tumbado en la mesa y dormido. Tom se sorprendió, y se sentó en frente de él. Decidió sacar el cuaderno para ir repasando algo. Entonces vio el teléfono de Lucía. Y sintió un cosquilleo extraño en la tripa. No sabía cómo iba a reaccionar ella al verle, después de descubrir a Daniela. Y entre pensamiento y pensamiento, alguien abrió la puerta. Como desde su asiento no podía ver quien era, por si acaso, guardo el papel y se puso a repasar el cuarto tema. Era Lucía.
Apareció delante de él y se puso al borde de la mesa, mirando a Eddie, con cara de asco. Tom la miró. Llevaba el pelo suelto, y muy liso, más que lo normal. El flequillo le llegaba casi a los ojos, que transmitían tantas cosas sin decir nada… Desde sus orejas colgaban un par de pendientes en forma de aro, y vestía un vestido veraniego, pese a que el verano estaba a punto de finalizar, azul claro y de tirantes muy finos. Después tenía un cinturón de tres cuerdas que formaban una trenza, del mismo color de su chaqueta larga rosa. No le veía el calzado, pero debía ser muy fino, porque sus pisadas no se oyeron cuando entró. Lucía se dirigió a Tom y le preguntó:
-¿Este lleva aquí desde que tú has llegado?
-Sí, en cuanto llegué me asusté al verlo así, pensando que estaba muerto o algo… pero no, solo duerme.
Lucía sonrió. Pese a su ligero enfado, él aún conseguía hacerla feliz. Tom cambió de tema.
-¿Aún sigues enfadada por lo de ayer?
Lucía miró al suelo. Su cabeza se llenaba de respuestas, pero ninguna le parecía adecuada. Entonces optó por una, pero no le miró a los ojos.
-¿Tú qué crees?
Entonces Eddie se movió, dando una vuelta por la mesa, aún dormido, y cayó al suelo, o bueno, mejor dicho, cayó al pie de Lucía. Su grito demostraba su dolor:
-¡Auuuuuuuu!
Intento apartarse pero no podía, entonces Tom cogió a Eddie, que ya se iba despertando y lo volvió a subir a la mesa, y cogió a Lucía y la sentó sobre sus rodillas. Le quitó el zapato, sí que era fino, una bailarina rosa con un lacito encima. Cuatro de sus cinco dedos, se salvó el meñique, estaban rojos.
Ella intentaba no llorar, intentaba ser fuerte, pero cuando Tom empezó a tocarla con sus frías manos para intentar aliviarla, un par de lágrimas cayeron de sus preciados ojos. Apoyó su cabeza en el hombro izquierdo de Tom, y sollozaba en un volumen muy bajo. Entonces Tom se fijó en algo que había en el suelo. Era una nota. Se estiró con Lucía todavía en brazos, alargó un brazo y la cogió. En ella decía: “Chicos hoy no podré daros clase. He hablado con el director y hasta las diez y media podéis estar repasando cualquier asignatura.”
Tom pensó que seguramente Eddie la habría tirado sin querer al dormirse. Lucía leyó la nota, y después exclamó:
-Tom dile al director que me llevas el médico. Vamos en mi bicicleta, creo que me he roto algo.
Tom se levantó con Lucía en brazos y se dirigieron al despacho del director. Se lo explicaron todo y él rellenó un permiso por si se lo pedían en el médico, diciendo que él autorizaba la ausencia de Lucía Ramos en clase y su asistencia al médico. Tom guardó el papel en el bolsillo y se llevó a Lucía.
-He venido en bici al colegio.- decía ella- ¿La cogemos y me llevas?
-Claro.
-Yo te diré el camino.
Y así fue. Lucía iba sentada en el sillín con los pies más atrás posible, agarrada a la cintura de Tom, cuál iba con los pies en los pedales, pedaleando, y con las manos en el manillar.
-Ahora gira a la derecha y ya llegamos.
Tras un viaje de diez minutos, la mayoría en liso, por no decir todo el viaje, llegaron al ambulatorio. Entraron dentro y Tom no supo que hacer.
-Vamos a la planta tres, podemos subir en el ascensor.
-Vale, vamos.
Entraron en el ascensor y Tom pulsó el tres. Lucía ya había dejado de llorar, aunque aún le dolía mucho el pie. Se quedaron en silencio, y Tom no aguantaba más.
-Aún no me ha quedado claro si sigues enfadada o no.
Lucía no quiso mirarle.
-Ah, ¿no?
-Pues… no.
Lucía estaba molesta en aquella situación, y no encontraba respuestas.
-¿Tú como estarías si fueses yo?
Tom se lo pensó un rato. Pero el ascensor llegó al tercer piso, y al abrirse las puertas, la conversación pareció terminar.
-Toca la puerta ahí.- Señaló Lucía.
Tom tocó la puerta, y una mujer no muy mayor y poco atractiva abrió la puerta:
-¿Sí?
Tom iba a decir algo pero Lucía se adelantó:
-Necesito que me mire el pie. Se me ha caído un peso de unos sesenta kilos encima, y no sabe lo que me duele…
-Pasen, pasen…
Tom y Lucía entraron, y él la dejó sentada en una de las dos sillas. Él se sentó en la otra silla.
-El peso, ¿qué era? Una piedra, un trozo de madera…
-No, no nada de eso- explicaba Daniela- se me ha caído una persona.
-¿¡Una persona!? Bueno, venga a la camilla que se lo miraré.- Después se dirigió a Tom.- Usted espere aquí.
Tom asintió, y Lucía y la doctora entraron en otra sala, que no tenía puerta, entraron por un hueco ancho y no muy alto. Tom escuchaba.
-Túmbese aquí.
Y oía ruidos del papel de la camilla arrugándose por la estancia de Lucía, entre ligeros “¡Au!” y “¡Ai!”. Después oyó un “vale” de la doctora, y Lucía se puso las bailarinas y ambas salieron.
La doctora se sentó en la silla de su escritorio, cogió un papel y preguntó:
-¿Nombre?
-Lucía Ramos
-Vaya, ¡como lo actriz!
-Sí.- Lucía se sintió halagada- Aunque mi segundo apellido no es el mismo que el suyo…
-¿Cuál es tu segundo apellido?
-Flores.
La doctora lo apuntó todo, mientras decía para sí:
-Lucía Ramos Flores.
Y continuó con las preguntas:
-¿Edad?
-Trece, pero para los catorce no me falta nada.
-¿Grupo sanguíneo?
-Em…- Lucía dudó- Creo que A positivo.
-¿Crees?
-Sí.
-¿No es fijo?
-No.
-Bueno, pues no lo apunto.
Lucía asintió.
-¿Has traído tu tarjeta de sanidad?
-No, pero, ¿no puedes buscarme en el ordenador?
-Claro, pero sabiendo el número es mucho más fácil.
-Sé que empieza por muchos ceros.
-Vale.
Lo de los muchos ceros no era de gran ayuda, o mejor dicho, no servía para nada porque era obvio. La doctora tecleó Lucía Ramos Flores en el ordenador y no tuvo problemas porque solo le aparecieron dos, y una tenía cuarenta y dos años.
-Vale, te he encontrado.
-¿Me vas a decir ya lo que me pasa?
-Claro. Tienes una fisura en los dos primeros dedos del pie. Necesitarás tratamiento, y de mientras llevarás una venda
-¿Y el tratamiento cuándo…?
-Avisaremos a tus padres, pero será pronto, porque además necesitarás revisiones mensuales.
-¿Es muy grave?- intervino Tom.
-No, pero le prestaremos esta muleta, con una es suficiente.
Sacó una muleta de un armario y se la entregó a Lucía. Ella dio las gracias.
-Pues entonces ya le avisaremos, pueden irse.
-Adiós.
-Adiós.
Salieron por la puerta y volvieron en bicicleta. Tuvieron ciertos problemas para llevar la muleta, porque molestaba, pero llegaron sanos y salvos.
Después Lucía regresó a clase, y Tom se fue a su casa, sin decirle a Daniela el por qué verdadero de su retraso, y sin saber si Lucía seguía enfadada.

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