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24 ago 2011

Capìtulo Trece.

Dos días para la prueba. Era sábado y Daniela estaba de los nervios pese a que tenía que pasar todo el fin de semana. Por la mañana estuvo intentando desfilar bien, y la verdad era que no le salía nada mal, pero quizá estaba demasiado tensa por los nervios.
-¿No te cansas?- le preguntó Tom
-Un poco sí, pero tengo que ser fuerte…
Tom puso una cara de comprensión, pensando “claro, claro…” Él se dio cuenta de que aquel día sería aburrido. Sin clase, y con Daniela ocupada a todo momento Tom no tenía nada que hacer.
Fueron a comer alrededor de la una y media, y Daniela comió poquísimo. Tom parecía no comprenderla
-¿No tienes hambre?
-No, quiero decir, sí, pero si como mucho engordaré y no superaré la primera fase.
Tom meneó la cabeza. Esa prueba le estaba fastidiando. Daniela ya no era la misma, y Tom empezaba a pensar en otras cosas que no se relacionaban con ella; Lucía. A las cuatro Daniela tenía que ir a la farmacia, a por unas pastillas de su abuelo:
-Voy en moto, así que tardaré unos veinte minutos.
Entonces a Tom se le encendió una luz en la mente y decidió llamar a Lucía. Subió a la habitación de Daniela y cogió su móvil. Se le había olvidado. Tom ya había cogido el papel con el número, pero no sabía dónde marcarlo. Había visto a Daniela hacerlo un par de veces, marcaba el número y después tocaba el botón verde para llamar. Pero no sabía dónde marcarlo. Entonces encontró un icono que decía “teclado”. Lo tocó y marcó el número despacio: 688.801.659. Después se lo pensó bien. Dos. Tres veces más. Entonces tocó el botón verde y una dulce voz respondió rápidamente:
-¿Sí?
-Em… Hola
-¿Quién eres?
-¿Quién crees?
-¿Tom?
-Em… creo que sí.
Lucía rió.
-¿Tu novia te ha dejado llamarme?
-Está fuera.
-Uf, ¡pues luego borra la llamada!
-¿Y eso cómo lo hago?
-Tocas el botón verde y dónde aparezca mi número le das a borrar.
-Vale…
Se quedaron en un instante silencioso.
-¿Qué querías Tom?
-Llamarte.
-¡Hombre ya! Digo que para qué me has llamado.
-¡Ah! Para hablar contigo… ¿Tú no querías que te llamara?
-¿Me has llamado sólo porque te lo pedí?
-No, quería oír tu voz.
-¿Enserio?
Lucía alegró.
-Yo también te echo de menos, Tom.
-¡Pero si nos vimos ayer!
-Bueno, ya, pero hasta el lunes no creo que nos veamos…
Tom rió.
-Tienes razón…
-¿Y bien?
-¿Qué?
-¡Cuenta algo!
-¡Ah! Pues… no sé. ¿Qué tal tu pie?
-¡Oh! ¡Por fin te has acordado de mí! Nada, pues tengo revisión esta tarde. Mis padres están muy pesados con “haber tenido más cuidado” y cosas así…
-Vaya…
-Bueno, pero creo que se me curará pronto. Lo malo es que tendré que estar con la muletita…
-¿No te gusta?
-¿Ir con muletas? N-O
-Vale.- rió Tom- Yo no creo que esté tan mal… es como si sustituyera tu pie.
-Digamos que sí… Pero yo prefiero mi pie.
-Supongo…
Se quedaron en silencio un rato.
-Tom.
-Dime.
-¿Tienes carné de conducir?
-No.
-¿Carné de moto o moto?
-No y no.
-¿Tú que hacías antes de venir al Zurbarán?
-Vivía en un orfanato.
Lucía palideció.
-Pero… ¿por qué?
-Mis padres murieron en un accidente de coche y mi familia no quiso hacerse cargo de mí.
-Vaya… ¿y te adoptaron?
-No. Normalmente sólo adoptan a bebés.
-¿Entonces?
-Bueno, con dieciocho años tienes oportunidad de irte.
-Ah, claro… ¿Y a dónde fuiste?
-A casa de Daniela.
-¿Tú la conocías?
-No, ella era la hija del hombre que se chocó con mis padres en el accidente.
-Ah… ¿y para que fuiste donde ella?
-Para conocerla.
-¡Jáh! Fuiste para vengarte.
-No.
-Anda, ¡admítelo!
-Bueno, sí, pero me enamoré.
Lucía volvió a sentirse hundida.
-Ah…
-No me había enamorado nunca.
-Entonces puede que no estés enamorado.
-Por poder, puede ser… pero sí que lo estoy.
Lucía tuvo otro pinchazo en el corazón, y ya no aguantaba más.
-¿Me has llamado para contarme que estás súper enamorado de una y para que yo me lo trague?
Tom no supo cómo reaccionar.
-Pues… perdón si te ha molestado.
-¡Perdón si me ha molestado NO! ¡Perdón por haberme molestado porque sabes claramente que me ha molestado!
-Vale, vale, perdón, tranquila, relájate…
Se quedaron en silencio y Tom oyó ruidos extraños al otro lado de la línea.
-Lucía ¿qué son esos ruidos?
Los volvió a oír. Eran como sollozos.
-Lucía, ¿estás llorando?
Entonces el ruido paró.
-Bueno, si no me hablas, cuelgo…
-Pues adiós.
-Bueno, voy a colgar…
-Adiós.
-Cuelgo…
-Adiós.
-Lucía, ¿cómo se cuelga?
Ella rió débilmente.
-Dale al botón rojo.
-Ah vale.
-Y no te olvides de borrar la llamada.
-Claro, claro…
-Adiós.
-Adiós bonita.
Y Tom colgó. Después pulsó el botón verde y no tuvo dificultades para borrar la llamada. Posó el móvil donde lo había encontrado y se fue al salón a ver la tele. Al poco rato llegó Daniela con la bolsita de la farmacia, y no sospechó nada.
Por otro lado Lucía seguía dándole vueltas a un detalle. “Me ha llamado bonita…” pensaba.
Y entonces se tumbó en la cama, con el móvil todavía en la mano y con los ojos humedecidos, y empezó a pensar en Tom. En su curioso encuentro cuando fue a aconsejarle algo para lo que le pasara con la “cabezahueca”. En el momento en el que le dio su número. Cuando descubrió que Tom no tenía móvil. Cuando él la llevó al médico… Y además acababa de hablar con él. Tom le parecía… perfecto.

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